En estas tierras africanas, me he encontrado, desde hace ya varios años, con Daniele y Jasmine, una pareja de médicos, llegados de Italia, de la Liguria. Son italianos, sí, pero los caminos de la misión ya los han hecho universales y todos los sienten suyos.
Cuando Daniele estaba en Italia, trabajaba como médico en servicio de emergencias. Allí donde había un accidente, allá corría él. Era, como me lo dice él, un trabajo sin horario, a toda hora disponible, su consultorio eran los lugares de los accidentes. En sus vacaciones se iba para la India y venía también a Kenya. Y se fue dando cuenta que había que hacer algo, que tanta gente sufriendo y enferma necesitaba cuidado y medicina. Y es así como resultó fundando “Find the Cure”, una organización de voluntarios de todos los oficios y especialmente profesionales de la salud, que quieren llegar allí donde no hay ningún servicio médico. Así fue que conocí a Daniele y a tantos otros de sus amigos: recorriendo con ellos, los caminos de la tierra Samburu, en los lugares más remotos, allá donde no hay posibilidades. Creo que la mano de un médico, la mano de uno que toca las heridas, es la misma mano de Jesús.
Hace ya unos años, Daniele y Jasmine se vinieron de Italia y se quedaron como voluntarios en el hospital de Maralal, también en Samburu. Jasmine, que es obstetra, está atenta a las mamás y a los niños que nacen y Daniele se ha ido especializando en la ortopedia: su misión, la de Jesús, es recibir la vida, sanar, unir lo que se ha roto y volverlo entero, ocuparse de los más vulnerables. Allí están de tiempo completo, hay pobreza, hay mucha enfermedad, hay mucho dolor, hay muchos naciendo y muchos luchando por vivir. En estos tiempos de Covid-19 ahí están, sin quitarse, sin escaparse de la situación, con poco miedo y sobrada fe.
Su casa queda cerca de un hogar para niños discapacitados y allí, Daniele y Jasmine, se están volviendo papá y mamá de todos ellos. Además de sus trabajos en el hospital, montaron un cine para recrear a los pequeños y ponerles una ventana y que puedan ver el mundo. Y el pequeño Joshua, su hijo, que nació aquí en Kenia, está creciendo con estos niños y poco a poco descubriéndose hermano de todos y su cabeza se está llenando de lenguas, la de sus padres, la de los Samburu y otras muchas que se hablan por aquí.
Un día, llamaron a Daniele de Sudán del Sur, y le pidieron que se fuera para allá, y era que allí, un hospital inmenso y necesitado se iba a quedar sin médico por unas semanas y que se necesitaba un remplazo. Ese hospital, cerca al pueblo de Rumbek, está en una zona de guerra y su personal corre mucho peligro. Daniele no lo pensó dos veces y un día antes de salir me dijo que cómo un médico podía decir no, que cómo quedarse quieto cuando otros lo esperan… y se fue. Me quedé rezando por él, era un viaje comprometido, y sólo Dios lo podía cuidar. Y de allá volvió al terminar su remplazo, y lleno de gratitud de poder darse, de poder ocuparse de los otros.
Esta familia, Daniele, Jasmine, y su pequeño Joshua, me enseñan lo que es un seguidor de Jesús: es uno que está en las periferias, siempre más allá. Uno que no está midiendo el peligro y que va allí donde lo necesitan. Uno, como el maestro de Nazaret, que ha puesto la vida de los otros en el primer lugar, y por esa causa arriesga la propia. La vida no es para ahorrarla, es para darla. Daniele, Jasmine y Joshua, con toda la alegría que no se les quita, me enseñan también que la vida vale la pena cuando se vive por los demás, que cuidarnos demasiado nos trae tristeza, que darnos a los otros, nos pone una dicha por dentro que nadie nos puede quitar.
Jairo Alberto, mxy
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