12 de junio, 2022
Lectura del libro de los Proverbios
Prov 8, 22-31
Esto dice la sabiduría de Dios:
“El Señor me poseía desde el principio,
antes que sus obras más antiguas.
Quedé establecida desde la eternidad, desde el principio,
antes de que la tierra existiera.
Antes de que existieran los abismos
y antes de que brotaran los manantiales de las aguas,
fui concebida.
Antes de que las montañas
y las colinas quedaran asentadas, nací yo.
Cuando aún no había hecho el Señor la tierra ni los campos
ni el primer polvo del universo,
cuando él afianzaba los cielos,
ahí estaba yo.
Cuando ceñía con el horizonte la faz del abismo,
cuando colgaba las nubes en lo alto,
cuando hacía brotar las fuentes del océano,
cuando fijó al mar sus límites
y mandó a las aguas que no los traspasaran,
cuanto establecía los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él como arquitecto de sus obras,
yo era su encanto cotidiano;
todo el tiempo me recreaba en su presencia,
jugando con el orbe de la tierra
y mis delicias eran estar con los hijos de los hombres”.
Salmo
Sal 8, 4-5. 6-7. 8-9 R. ¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado.
¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para mirar por él? R/.
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad;
le diste el mando sobre las obras de tus manos.
Todo lo sometiste bajo sus pies. R/.
Rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar. R/.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos
Rom 5, 1-5
Hermanos: Ya que hemos sido justificados por la fe, mantengámonos en paz con Dios, por mediación de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido, con la fe, la entrada al mundo de la gracia, en el cual nos encontramos; por él, podemos gloriarnos de tener la esperanza de participar en la gloria de Dios.
Más aún, nos gloriamos hasta de los sufrimientos, pues sabemos que el sufrimiento engendra la paciencia, la paciencia engendra la virtud sólida, la virtud sólida engendra la esperanza, y la esperanza no defrauda, porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.
Evangelio del Día
Lectura del santo Evangelio según San Juan
Jn 16, 12-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. El me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes”.
Comentario Bíblico
I.ª Lectura Proverbios 8, 22-31: ¡Mi alegría es estar con los hombres!
Dios es sabiduría creadora, ya que sin ella no podemos ni admirar a Dios, ni admirarnos de nosotros mismos. Este texto de la sabiduría personificada antes de la creación del mundo, juntamente con otros textos veterotestamentarios (Eclo 24; Sab 7-9) se ha visto como una especie de puente en AT de la gran revelación de Jesucristo como palabra creadora y eterna (Jn 1,24-30) y como sabiduría de Dios (Mt 11,29-20; Lc 11,49; 1 Cor 1,24-30). Pero podemos decir que es un poema de amor divino en lo humano. Dios no se complace en su mismidad sino en estar con nosotros.
La sabiduría es vida; es decir, el misterio de Dios es vida para el hombre, no muerte. No es Dios, sabiduría de vida, una esencia encerrada, sino que se complace en derramarse y en que todos los hombres la posean. En ese sentido, la sabiduría se ha acercado a los hombres en Jesucristo. Toda la creación, toda la inteligencia humana, todos los descubrimientos del mundo, son la manifestación de esta sabiduría. Pero si la “ofendemos” creyendo que podemos construir un mundo al margen de la sabiduría de Dios, y desde nuestras propias posibilidades humanas, vamos camino de la destrucción, de la muerte.
El Salmo 8, que es el salmo responsorial, una de las piezas maestras de la literatura religiosa, canta todo esto con grandeza y humildad. Merecería la pena una alusión teológica y catequética en la homilía.
II.ª Lectura (Rom 5, 1-5): Porque al darnos al Espíritu, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones
Aquí Pablo comienza en su carta a los Romanos a poner de manifiesto lo que ha significado el acontecimiento de gracia revelado en Jesucristo, y al cual accedemos por la fe. Esta es la experiencia de la gloria de Dios, de su sabiduría de Dios y de su amor. Esto es real solamente porque el misterio de Dios es un darse sin medida por nosotros. Se ha dado en Jesucristo y se da continuamente por su Espíritu.
La puerta de acceso a ese misterio es solamente la fe, no hay nada previo que impida el acceso a la paz y a la gloria de Dios, ni siquiera el pecado que existe y tiene su poder. Dios, pues, no hace el misterio de su vida inaccesible para nosotros. Dios no es avaro de su mismidad, de su misterio, de sus sabiduría o de su gracia, sino que se complace en entregarse. Esto es vivir la realidad de Dios que es salvación y redención, como Pablo se encarga de proclamar en este momento.
Evangelio (Juan 16, 12-15): El Espíritu de la verdad, nos ilumina
Este último anuncio del Paráclito en el discurso de despedida del evangelio de Juan responde a la alta teología del cuarto evangelio. ¿Qué hará el Espíritu? Iluminará. Sabemos que no podemos tender hacia Dios, buscar a Dios, sin una luz dentro de nosotros, porque los hombres tendemos a apgar las luces de nuestra existencia y de nuestro corazón. El será como esa “lámpara de fuego” de que hablaba San Juan de la Cruz en su “Llama de amor viva”.
Es el Espíritu el que transformará por el fuego, por el amor, lo que nosotros apagamos con el desamor. Aquí aparece el concepto “verdad”, que en la Biblia no es un concepto abstracto o intelectual; en la Biblia, la verdad “se hace”, es operativa a todos los niveles existenciales, se siente con el corazón. Se trata de la verdad de Dios, y esta no se experimenta sino amando sin medida. Lo que el Padre y el Hijo tienen, la verdad de su vida, es el mismo Padre y el hijo, porque se relacionan en el amor, y la entregan por el Espíritu. Nosotros, sin el amor, estamos ciegos, aunque queramos ser como dioses. (Dominicos)
Reflexión
ABRIRNOS AL MISTERIO DE DIOS
Todo lo que tiene el Padre es mío.
A lo largo de los siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones que vinculan y diferencian a las personas divinas en el seno de la Trinidad. Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no sigue ese camino. Desde su propia experiencia de Dios, invita a sus seguidores a relacionarse de manera confiada con Dios Padre, a seguir fielmente sus pasos de Hijo de Dios encarnado, y a dejarnos guiar y alentar por el Espíritu Santo. Nos enseña así a abrirnos al misterio santo de Dios.
Antes que nada, Jesús invita a sus seguidores a vivir como hijos e hijas de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza, sino su bondad y su compasión infinita. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus hijos e hijas un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama “reino de Dios” e invita a todos a entrar en ese proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más pobres, indefensos y necesitados.
Al mismo tiempo, Jesús invita a sus seguidores a que confíen también en él: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios; creed también en mí”. Él es el Hijo de Dios, imagen viva de su Padre. Sus palabras y sus gestos nos descubren cómo nos quiere el Padre de todos. Por eso, invita a todos a seguirlo. El nos enseñará a vivir con confianza y docilidad al servicio del proyecto del Padre.
Con su grupo de seguidores, Jesús quiere formar una familia nueva donde todos busquen “cumplir la voluntad del Padre”. Ésta es la herencia que quiere dejar en la tierra: un movimiento de hermanos y hermanas al servicio de los más pequeños y desvalidos. Esa familia será símbolo y germen del nuevo mundo querido por el Padre.
Para esto necesitan acoger al Espíritu que alienta al Padre y a su Hijo Jesús: “Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros y así seréis mis testigos”. Éste Espíritu es el amor de Dios, el aliento que comparten el Padre y su Hijo Jesús, la fuerza, el impulso y la energía vital que hará de los seguidores de Jesús sus testigos y colaboradores al servicio del gran proyecto de la Trinidad santa. (Pagola)