Articulo sobre el texto Agua de la Roca (Ex 15, 22-24 y Ex 17, 1-7)
“Los israelitas reprochan a Moisés por haberlos sacado de Egipto para hacerlos morir de sed en el desierto y echan de menos donde había agua y buena comida”. En mi experiencia de vida, en el crecimiento progresivo que Dios me ha permitido vivir, pase por un desierto que me golpeo mucho en mi interior, también como los israelitas, reproche a Dios el tener que salir de mi casa, tener que dejar mi país, tener que abandonar a los seres que más quiero y, sobre todo, tener que caminar solo por muchos países, perdido, sin rumbo, sin sentir un apoyo y un porque me tocó vivir ese camino.
Dios le dio una indicación a Moisés de arrojar un trozo de madera en ciertas aguas y estas se volvieron dulces; yo, por mi parte me siento afortunado, privilegiado y bendecido al saber que Dios no solamente me dio indicaciones, Él me cargo y me llevo en sus brazos por el camino que Él quiso, para mostrarme y enseñarme que en mi desierto puedo encontrar un oasis repleto de agua dulce, de sombra fresca, de calma y protección divina.
Pero para llegar a esa calma que aun continúo esforzándome por encontrarla con más claridad, he tenido que darme a la tarea de pasar por muchas tormentas, aprender a dormir en el frio del desierto, a caminar sobre la caliente arena y resistir los fuertes rayos abrumadores del sol.
En medio del desierto me he quedado solo, pero es gracias a esa soledad que pude comenzar un camino de diálogo en mi interior, un diálogo conmigo mismo que me ha brindado diferentes herramientas de reconciliación, de perdón con mi yo autentico y con las personas que han pasado en mi existir, esto ha sido un proceso muy difícil, pero es gracias a entender que en mí está la semilla del verbo, he podido sentir en lo más profundo de mi corazón la acción de Dios que sana y vivifica, como dice el texto “Cuando Cristo nos toca con su amor, lo amargo en nosotros se vuelve dulce, lo insoportable agradable, y lo venenoso se convierte en fuente de vida”.
Pero en este caminar, en ciertas ocasiones vuelvo a murmurar como los israelitas, con cierto descontento ante circunstancias que se me presentan; pero Dios, así como ordena a Moisés que golpee con el cayado la roca del monte Horeb para que brote agua, me hace una insistente invitación en mi consciencia, a examinar los acontecimientos que vivo y sanar mi humanidad y a potenciar mi espíritu del bien, para llenarme del agua viva que solo Él me da por medio del Espíritu Santo vivificador.
Y es gracias a el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo que comprendo cual es la actitud que debo tomar para seguir mi camino en mi propia construcción de mi totalidad, como nos dice San Pablo en 1 Cor. 10,4 “Bebían […] de la roca espiritual que los acompañaba, roca que representaba a Cristo”.
Mi interior estuvo hecho piedra por mucho tiempo, como cuando un volcán hace erupción y petrifica a su alrededor, todos los días continúo examinando mi interior para no dejar que se endurezca y se torne muerto, y es gracias al contacto diario con Dios en la experiencia de la oración tanto meditada, como contemplada y vivida, que el Espíritu Santo está transformando todo mi ser en un “torrente de agua fresca”.
En mi vida he intentado practicar ciertas pautas de la filosofía estoica, en este caso me centro en la práctica de la observación, esta me ha permitido experimentar con mayor consciencia mi energía sexual, la cual me permite estar presente en el momento y en mi cuerpo, logrando vivir plenamente las diferentes sensaciones que se generan en mi vida cotidiana.
Haciéndome consciente del movimiento de la energía sexual en mí, puedo adquirir una capacidad más creativa y sanadora, que si logro canalizarla en todo mi cuerpo me aporta grandes beneficios en mi progreso humano y espiritual.
Mi corazón en mi proceso de vida, como lo he mencionado anteriormente pudo tener cierta apariencia empedrada, y gracias a que, al conectarme con mis sentimientos y energía sexual, he logrado controlar mejor las emociones que nacen y se nutren de estas, las intento distribuir por todo mi cuerpo, logrando romper y suprimir bloqueos en mi interior y esto va influyendo muy notablemente en mi recuperación mental y emocional adquiriendo así un mayor bienestar.
Pido a Dios constantemente que me enseñe a orar, cuando logro ser consciente de mi respiración, sonidos, movimientos y sensaciones, adquiero una conciencia mucho más clara de mi cuerpo y mi mente y es en mis meditaciones donde logro centrarme más en mis vibraciones, este ejercicio meditativo me permite dedicarme tiempo, concentrándome en mis sentimientos, sin prejuicio o algún tipo de presión, es ahí donde siento con más atención mi cuerpo y mis sensaciones, me ayuda a percibir e identificar mi manera de actuar frente a mi realidad determinada.
En mi vida me he enamorado y he logrado sentir esta experiencia que se vuelve vital en cuanto al sentir el amor Eros que alguien me regala, y este proceso de enamoramiento me permitió avanzar en el ejercicio del perdón, donde en definitiva cuando se ama se perdona, una experiencia bastante diferente con la familia donde el amor Philia tiene una profundidad distinta, ya que la familia se conoce desde el seno materno, convirtiendo el perdón en un ejercicio vital en la relación familiar.
Ahora entrando en mi experiencia vocacional, parto desde el amor Ágape donde mi vivencia misionera la entrego sin interés alguno, es muy notable como dice el texto “la ternura y la cercanía, la apertura y la intimidad, me trasforman, entrando en contacto con mis propias fuentes”, brotando así mi energía vital con ímpetu, y me enfoco intentando construir mi vida en la vivencia y el anuncio del Evangelio, en la construcción del Reino de los Cielos.
Es gracias a todas estas experiencias ya comentadas, frente al perdón y a la sexualidad, que me he direccionado en la búsqueda continua de mi propio equilibrio, armonía, estar más atento a mis emociones interiores y también a todo lo que me hace sentir el entorno en el que me encuentre.
Como promete Dios al profeta Isaias “Brotarán aguas en el desierto y arroyos en la estepa; el páramo se convertirá en estanque; la tierra sedienta, en manantial”.
En definitiva estas palabras de Dios se dan en plena manifestación, cuando se abre el corazón al perdón, cuando no se reprimen los sentimientos y se logra establecer un diálogo maduro con las pasiones y emociones que surgen en mi interior, sabiendo que, de no trabajar con una entrega asidua a mi progreso humano-espiritual, puedo tornarme en un encierro total, el cual puede manifestarse hiriendo a las personas que se encuentran a mi alrededor y peor aún, hacerme un daño interior que me lleve a la desgracia.
Mis pecados, culpas y errores me atormentaron por mucho tiempo, y es gracias al desierto que he vivido y a mi examen de consciencia que he venido realizando durante varios años, que logre tomar fuerza interior, una reconciliación pacifica que me ayudo a adquirir la capacidad de sacar tanto peso que me atormentaba, logre tener más confianza en mí y confiar en personas que han caminado más que yo, y que por medio de diálogos sanos y sabios con estas, me han ayudado a madurar en mi crecimiento espiritual y humano, y es en este proceso de maduración que continuo trabajando arduamente y a diario, el expresar adecuadamente mis inconformidades conmigo mismo y con los demás, transformando así mis actitudes en una “nueva fuente de vitalidad”.
Concluyo pidiendo a Dios desde mi interior, como dice San Ignacio de Loyola “Que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean debidamente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina Majestad” y de esta forma sanar mi interior, mi exterior, mi persona y las personas que he lastimado y me han lastimado, para sacar todo el provecho al don de vida que se me ha permitido en mi existir y lograr cumplir mi principal misión, que es ser feliz.
Victor Londoño
Noviciado, Yarumal
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