El marco del documento es una referencia a mí proceso formativo. Actualmente llevo siete años en mi proceso de formación, y han sido muchos los documentos, conferencias, direcciones espirituales, consejos y demás, los que he recogido durante este largo periodo, los cuales considero importantes, pero no esenciales a la hora de discernir el presente y el mañana de mi vida. Todos los cambios de paradigma implican revoluciones dentro de la sociedad y las instituciones y es ahí donde empieza el cambio de paradigma que vivo.
Yo ingresé al Instituto con la idea “común” de un proceso formativo previamente establecido. Es decir, propedéutico, filosofía, noviciado, (la tan anhelada profesión), teología, año pastoral y “por fin” el diaconado y ordenación. Todo en un ambiente donde tenia asegurada mi residencia, comida, educación y demás, viviendo tranquilamente y dedicándome únicamente al estudio. Durante los primeros años escuchaba las historias de los misioneros, los cantos, el orgullo de ir más allá, de renunciar a todo, etc. durante ese proceso recibí consejos, conferencias, direcciones espirituales y demás sobre el discernimiento. Mucho de lo instruido era referente a la dualidad bien y mal, el diablo y Dios. Siempre debía estar atento a las tentaciones y hacer lo posible para alejarme de ellas. Con todo ello el tiempo pasó hasta que recibí el nombramiento para la misión de Kenia. En ese momento se derrumbó todo lo que había pensado que seria mi formación. Era tiempo de ir a estudiar a otro país, con otra cultura, con nuevos compañeros, etc. en cierta medida el ser elegido me llenaba de orgullo, me creía especial entre mis compañeros, pero no sabia lo que se venia.
Llegó el día de partir y el orgullo desapareció y le dio lugar a quien era Jaime David. Al llegar a Kenia todo era nuevo y extraño. Los primeros días fueron un tour por la ciudad, hasta ahí todo iba bien. Luego de una semana nos enviaron a conocer las misiones. Me subí a un matato grande con mi compañero y un visitante. Nos dijeron que si nos preguntaban que dijéramos que íbamos a Maralal. Nosotros con un ingles pobre, en un bus repleto de personas, animales, cajas, olores y sabores. El camino me recordaba a una película de guerra, (la caída del halcón negro). Por fin llegamos a Maralal, nos recogieron y nos llevaron a Barsaloi, allí como cualquier novato empecé a jugar, comer, hablar, conocer y demás. Al día siguiente fui a dormir a una mañata (casa tradicional), no pude descansar, el calor era insoportable, éramos seis en un cuero de chivo. En ese preciso momento empezó mi verdadero discernimiento. Lo que cantaba con tanto entusiasmo, el orgullo de ser misionero desde la comodidad del seminario se fue al piso. Estaba empezando a vivir la vida de un misionero. Volví a la capital y me enviaron a Kibera. Al llegar mi corazón palpitaba rápido, no creía que iba a vivir en tal lugar, tan sucio, tan horrible, tan desorganizado, tan pobre, etc. me daba cuenta de que mucho de lo que cantaba, mucho de lo que me imaginada y me habían enseñado ahora me parecía una pura poesía lejos de la realidad. Cantaba en el seminario: “ya me voy a llevar a los pobres un mensaje de liberación” pero en Kibera no quería ni pobres, ni mensajes, sólo quería irme. Los cantos se hicieron realidad y el choque cultural fue severo. El tiempo transcurrió y uno a uno mis compañeros empezaron a retirarse.
La presión era demasiada, en mi reflexión creía que se retiraban porque era demasiado duro vivir aquella vida, simplemente no se podía vivir y mucho menos cuando se viene de la comodidad. En Kibera no había quien nos cocinara, no había lavadora, nosotros administrábamos el dinero, no teníamos quien nos marcara el camino; simplemente éramos nosotros. Yo no entendía mi nueva vida, para mi era esencial un formador que me dijera qué hacer, cómo hacerlo y en qué momento. Allí estábamos solamente nosotros, ya no había formadores, éramos misioneros de Yarumal, hombres grandes, no niños, capaces de vivir con autonomía, de ser fieles a sí mismos. Ya no había quien nos cuidara, éramos nosotros quienes ahora cuidábamos. El tiempo pasó y dado que mis compañeros se retiraban decidí pedirle al superior regional que me permitiera hacer primero el año pastoral, no quería empezar mi teología, necesitaba ir a probarme. Me enviaron a Tuum y allí estuve durante cuatro meses. Una tarde recibí la llamada de mi compañero quien me decía que había decidido retirarse y volver a Colombia, se había dado cuenta de que no era su camino, pero en mi interior yo solamente decía que era por la dureza de la misión y la lejanía de la familia. Fue un duro golpe que me llevo a pedirle al superior general en su visita la dispensa para retirarme. Me sentía solo y era momento de seguir los pasos de los demás. El superior me dijo que lo lamentaba, pero, me pidió permanecer hasta diciembre. Al volver a la capital, le dije al regional que había decidido retirarme, él siempre ha sido muy valiente y honesto a la hora de decir lo que piensa. Me hablo con claridad y autoridad lo cual no es autoritarismo. Le dije que lo iba a intentar. Me enviaron a Barsaloi y continúe mi año pastoral, me sentía bien, animado y cuando se llegaba el momento para volver a la capital para iniciar mi teología, luego de mucho pensarlo decidí proponerle al regional la posibilidad de vivir en la misión y estudiar en una universidad online. Fue un proceso largo, con muchos oponentes reacios a los nuevos caminos que se le abrían a la formación. Al empezar a estudiar y a vivir en la misión empecé a darme cuenta de lo que para mi es un modo correcto de discernir. No se trata de vivir nueve años protegido y luego soltar a alguien que se cree esta preparado a un lugar completamente desconocido. Se trata de vivir lo que se ha profesado, es el tiempo indicado, para vivir lo por lo que se ha optado. No es en los seminarios, es en las misiones, es en la novedad, en los desconsuelos, en los abrazos, en los consejos, en el choque cultural, en las lenguas tan complejas, en la vida comunitaria cuando verdaderamente se esta discerniendo. Este nuevo paradigma formativo ha traído una revolución a la formación y al Instituto. No hay receta más corta y sincera para ser misionero que vivir como misionero. Las otras recetas son confusas, muchos ingredientes, pero poco sabor.
Ahora entiendo porque mis compañeros se retiraron, ellos verdaderamente discernieron, salieron del cuidado del seminario y vivieron como hombres autónomos, lo cual les permitió vivir la realidad, sentir, amar, soñar y discernir su verdadero camino. Ciertamente creo que discernir es inmanente al ser humano. Por tanto, debemos abrir caminos, ir más allá de la comodidad del seminario, salir al encuentro de mi opción, del pobre y marginado, del Cristo presente en las lenguas, cantos, liturgias. Es tiempo de subir montañas, hablar nuevas lenguas, desafiarnos, comer, degustar, luchar, morir a lo preestablecido para vivir. No es fácil, es un reto bellísimo que los invito a vivir. Siempre adelante.
Jaime David Redondo Velasco mxy
Barsaloi 8 de jun. de 21
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