9 de mayo, 2021
Primera lectura
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
Cuando iba a entrar Pedro, Cornelio le salió al encuentro y, postrándose, le quiso rendir homenaje. Pero Pedro lo levantó, diciéndole:
«Levántate, que soy un hombre como tú».
Pedro tomó la palabra y dijo:
«Ahora comprendo con toda la verdad que Dios no hace acepción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea».
Todavía estaba hablando Pedro, cuando bajó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban la palabra, y los fieles de la circuncisión que habían venido con Pedro se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles, porque los oían hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios.
Entonces Pedro añadió:
«¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo.
Entonces le rogaron que se quedara unos días con ellos.
Salmo
Sal. 97, 1. 2-3ab. 3cd-4. R. El Señor revela a las naciones su salvación.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.
El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad. R.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del Apóstol San Juan 4, 7-10
Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él.
En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
Comentario Bíblico
Iª Lectura: Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48): El Espíritu abre caminos nuevos
I.1. La primera lectura de hoy es un resumen de un gran relato que Lucas, el autor de los Hechos, ha colocado en su narrativa en un momento álgido de la vida de la primera comunidad. Los discípulos, en Jerusalén, habían sido perseguidos por el nombre de Jesús; la comunidad había quedado limitada por la tensión que suponía el tener que doblegarse a las exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo movimiento, del «camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más necesario que los discípulos rompieran ese círculo de la ciudad santa y se lanzaran por caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en Pentecostés, quien va a tomar la iniciativa para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros pueblos.
I.2. Estando Pedro en Joppe (Jaffa), tras una visión que le descoloca ideológica y prácticamente, es invitado a ir a la ciudad romana de Cesarea, donde residía habitualmente el prefecto romano, para entrevistarse con Cornelio (un jefe de la milicia) y su familia. Habían oído hablar de ese nuevo movimiento entre los judíos y querían saber lo que proponían. Pedro se llegó hasta aquella ciudad y les anunció el mensaje cristiano. Y antes de que los hombres pudieran tomar decisiones se adelantó el Espíritu de Dios para hacerse presente en medio de ellos. Se conoce este relato como el “Pentecostés pagano”, ya que Lucas ha querido centrar la escena de Hch 2, en los judíos y su mundo.
I.3. El relato muestra la experiencia intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la salvación que Dios quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado, pues quien lleva la iniciativa en la misión. Y es que la Iglesia, si no se deja conducir por el Espíritu, no podrá tener futuro. Los que acompañan a Pedro, judeo-cristianos, se asombran de que Dios, el Espíritu, pueda ofrecerse a los paganos. Pedro, es decir, Lucas, tienen que justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto universal de salvación; de ahí que pida el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el Espíritu se ha adelantado es para abrir caminos nuevos.
IIª Lectura: Iª Carta de Juan (4,7-10): La experiencia del amor, como experiencia divina
La segunda lectura, esta vez, es la que mejor va a interpretar el sentido del evangelio de este domingo. La carta nos ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios cristiano: es el Dios del amor. El amor viene de Dios, nace en él y se comunica a todos sus hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si verdaderamente queremos saber quién es Dios, la carta de Juan nos ofrece un camino concreto: aprendiendo a ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.
La experiencia del amor es la experiencia divina por excelencia, y si los hombres quieren ser «divinos», en la medida en que nos es permitido ser dioses (si entendemos esta expresión correctamente); si queremos ser eternamente felices, no hay más que un camino: amando. Y sepamos, pues, que en ello, la iniciativa la ha tenido Dios mismo: entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que más ama. El autor nos habla del “nacer” de Dios y “conocer” a Dios. Ya sabemos que el “conocer” es un verbo bíblico de tonos especiales que no contempla primeramente lo intelectual, sino lo que hoy llamamos lo “experiencial”. Tener experiencia de Dios es sentir su amor.
Evangelio. Juan (15,9-17): La experiencia del amor del Padre en Jesús
III.1. El evangelio de Juan, en esta parte del discurso de despedida de la última cena de Jesús con sus discípulos, insiste en el gran mandamiento, en el único mandamiento que Jesús ha querido dejar a los suyos. No hacía falta otro, porque en este mandamiento se cumplen todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera que podíamos escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las razones profundas de por qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que Dios es, se ha dedicado a amar. Si Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.
III.2. Por ello, los sarmientos solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús, porque Jesús no falla en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos, con su comunidad, lo que Dios ha hecho con él. Jesús siente que Dios le ama siempre (porque Dios es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se fundamenta en el amor sin medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta en su amor. La comunidad tendrá futuro si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de los unos con los otros. Ese es el signo de los hijos de Dios.
III.3. Con una densidad, quizás no ajustada al lenguaje del Jesús histórico, el autor del cuarto evangelio nos adentra en el mundo del amor y de la amistad con Dios, con Jesús y entre los suyos. Es un discurso que establece unas relaciones muy particulares. Dios ama al Hijo, el Hijo ama a los suyos, éstos se llenan de alegría, ¿por qué? Porque estas son relaciones de amor de entrega, de amistad. Son términos que la psicología recoge como los más curativos para el corazón y la mente humana. Todos sabemos lo necesario que es ser amado y amar: es como la fuente de la felicidad. El Jesús de San Juan, pues, se despide de los suyos hablándoles de cosas trascendentales y definitivas. No hay otro mensaje, ni otro mandamiento, ni otra consigna más definitiva para los suyos. No está la cuestión en preguntarse solamente ¿qué tenemos que hacer?, aunque se formule en mandamiento, sino ¿cómo tenemos que vivir? : amando.
III.4. ¿Es amor de amistad (filía) – como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)? Sabemos que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en otros momentos. Pero en este texto de despedida está usando el verbo agapaô y el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata de una simple “amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de nada. El amor de amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El amor de “entrega” no es romántico, sino que implica el amor de Dios que ama a todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben tener el amor de Dios que es el que les ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara) verdadera. El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de la que tanto se habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del permanecer no se puede fundamentar solamente en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que dar frutos. Por eso han sido elegidos: están llamados a ser amigos de Jesús los que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper porque está hecho de un amor sin medida, el de Dios. (Dominicos)
Reflexión
1. Amor de buena ley
«Dijo Jesús a sus discípulos: Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros como yo os he amado». San Juan, cap. 15.
Vestida de guerrero con su yelmo y coraza, además de la espada y el escudo, alguien representó la caridad en un templo de Amiéns. Pero en Florencia, el Giotto la pintó como una dama que lleva un su manos un corazón y el cuerno de la abundancia para socorrer necesitados.
Valen las dos imágenes. Al fin y al cabo, como dice Cervantes, el amor y la guerra son una misma cosa.
Los cristianos, bajo el mandato de Jesús, nos preguntamos: ¿La caridad ha servir para derrotar injusticias, o únicamente para asistir dolores?
Identificamos al amor como la esencia del Evangelio. Y así tratamos en enseñarlo por todos los meridianos de la tierra. Con ánimo siempre renovado, pero con cierto pesimismo. Porque a estas alturas de la historia ¿qué resultados ha obtenido ese amor? Solamente lo vive plenamente una pequeña elite. ¿Será que ese mandato del Señor: «Amaos unos a otros como yo os he amado» es una de tantas utopías que iluminan fugazmente el planeta? ¿Cuándo logrará ser una herramienta que trasforme de veras nuestro mundo?
Es ambicioso el mandato de Jesús. Cualquiera de nosotros puede amar hasta llenar de alegría su propio corazón, hasta mejorar las condiciones de un prójimo. Alguien puede aventajar en amor a sus amigos. O conservar una familia, que los demás califican de ejemplar. Pero amar «como yo es amado» es algo que parece imposible. Porque las medidas de Cristo desbordan con exceso cualquiera de nuestros proyectos.
Sin embargo, ese amor que Jesús nos propone orienta a quienes deseamos vivir el Evangelio dentro de nuestras circunstancias.
Desde nuestro camino, asediado por los personales demonios, que nos empujan a tantas desviaciones.
San Pablo, al escribir a sus comunidades, pone siempre a Jesús como espejo de todo comportamiento. Cuando motiva el perdón entre los cristianos de Filipos, les recuerda cómo perdonó Cristo. Si les reprende su soberbia, alude al Señor que se abajó a nosotros. Al pedir ayuda a los corintios para los pobres de Jerusalén, les presenta al Maestro, despojado para enriquecernos. E insiste a los romanos que su hospitalidad imite la acogida que Cristo nos dispensa.
Son estas y otras más, las diversas modulaciones de un amor que nos acerca al ideal del Maestro.
En cada experiencia de amor el creyente descubre algo, o mejor encuentra a Alguien que le da vigor, rumbo y premio a su propio corazón. «En el fondo de toda ternura compartida, escribe un obispo español, en todo encuentro amistoso, en la solidaridad generosa, en el deseo último enraizado en la sexualidad humana, en el amor de los esposos, en el afecto entre padres e hijos, en la entraña de todo amor, ¿no está, de algún modo, el amor creador de Dios?».
Papini, poco antes de expirar, maltrecho y ciego, dictó a su secretaria esta frase: «A pesar de mi edad y mis males, siento una irreprimible necesidad de amar y ser amado». Sentía a la par de todo ser humano. Sólo que los cristianos procuramos amar, amar siempre, amar a pesar de los tropiezos, «como yo os he amado».
2. Un millón de amigos
«Vosotros sois mis amigos. Ya no os llamo siervos. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer». San Juan, cap. 15.
Roberto Carlos nos dice cantando que quisiera tener un millón de amigos. Deseo ambicioso, pero a la vez proyecto imposible. Es tan estrecho el corazón de un mortal, que apenas puede albergar cómodamente cuatro o cinco amigos verdaderos.
Quien asegure lo contrario, o se engaña, o recurre simplemente a una figura literaria.
El Señor explica cómo cada uno de nosotros está llamado a ser su amigo predilecto. No hay duda: El corazón de Dios tiene que ser mucho más amplio.
La Biblia, a través de sus páginas, explica la relación entre Dios y los hombres: Un trato de amistad. Nos lo enseña a través de comparaciones tomadas de la vida de un pueblo.
En un principio, Dios describe su alianza en términos copiados de la vida pastoril: «Yo soy un Pastor, vosotros sois mis ovejas». Esta comparación la hallamos en muchos lugares de la Biblia. Sin embargo tal relación no satisface. Es vertical. Insiste en nuestra inferioridad respecto a Dios.
Más adelante, el Señor se presenta cómo un rey y nos invita a ser sus vasallos. Allí somos seres racionales, pero se conserva una relación de dominio.
Después, en Ezequiel, Isaías, Amós y el Cantar de los Cantares, Dios describe su alianza cómo el amor del hombre y la mujer. Dios es esposo. La humanidad será su esposa. Avanzamos muchísimo: Se introduce en la fe un elemento nuevo: El amor. Pero recordemos que para la cultura oriental de aquellos tiempos, no valía mucho la mujer.
Llegamos al Nuevo Testamento.
Jesús anuncia una y otra vez, que Dios nos ama cómo un Padre. Nos lo dice en parábolas: El Hijo pródigo, la Oveja extraviada, la Dracma perdida… y descubrimos con asombro que somos hijos de Dios. Que nuestra importancia ante El es definitiva.
Sin embargo, no todos los padres de la tierra transmiten esta imagen de amor que el Señor pretende revelarnos.
De ahí que el Maestro introduce un nuevo elemento, para completar la relación padres e hijos: La amistad.
Así en este texto, Cristo les dice a sus discípulos: «Os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer».
Es difícil hallar una fe adulta que no haya sido precedida de una experiencia honda de amistad.
El Señor no acostumbra a revelarse directamente. Espera los acontecimientos, recoge las vivencias de nuestra historia, cómo materia prima para elaborar su imagen en nosotros.
No podremos entender a un Dios Amigo sino a través de aquellos que nos han tendido la mano en el camino. Que han comprendido nuestra angustia y han caminado a nuestro lado muchos kilómetros de búsqueda.
De ahí la importancia de vivir plenamente la amistad. De ahí la importancia de coleccionar tantos datos sobre Dios, que se encuentran esparcidos entre las actitudes de la gente
3. La escala del amor
«Dijo Jesús: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando». San Juan, cap. 15.
Federico Mohs, un científico alemán, inventó una curiosa escala para medir la dureza de los minerales. Desde el talco, pasando por el yeso, hasta el diamante.
¿Habrá alguna manera de medir la resistencia del amor? Pudiera ser. Tal vez examinando todas sus expresiones.
En el capítulo XV, san Juan nos describe el ambiente en que Jesús se despedía de sus amigos. El Señor despedida. Por eso Cristo insiste en el tema de su permanencia entre nosotros. permanecer. El permanecerá en el mundo, si sus discípulos actuales y futuros «permanecen en su amor». Luego les dice que no son siervos sino amigos y al final les da la clave para detectar cuándo el amor ha llegado a su plenitud: Cuando es capaz de dar la vida por el amigo.
En otros lugares del Evangelio Cristo nos descubre, poco a poco, la escala del amor.
El primer grado es dar cosas a los demás. Un día, Jesús compadecido de la gente, multiplicó los panes para saciar su hambre.
El segundo, es dar de nuestro tiempo. Recordemos la visita de Nicodemo. El Señor dialogó con él hasta muy tarde y disipó todas sus dudas.
El tercer grado del amor es dar la vida por los amigos. Cuando se ve empeñada la propia el amor acostumbra ceder ante el miedo.
Pero Cristo sobrepasó la escala. Dio la vida, no sólo por sus amigos, sino también por sus enemigos. Esta máxima demostración de amor, nos la enseñó Jesús con su vida y con su sangre.
Entre nosotros se habla y se discute todos los días de amor y de amistad. Interiormente tenemos en gran aprecio estos valores. Pero muchas veces no llegamos a una vida honda de amor. Y sin embargo el cristianismo se identifica como una práctica sin reticencias del amor. Una amistad profunda con Dios y con el hombre, iluminada por el Evangelio.
Hagamos un recuento de las personas que amamos. Quizá no sean muy numerosas. ¿Pero cuál es nuestro estilo de amor? ¿Somos capaces de amar en libertad, sin oprimir al hermano, dejándolo crecer, buscando para él lo mejor? ¿O pedimos al otro que nos hipoteque definitivamente su vida, sus valores, para que nos produzcan intereses?
La amistad y el amor son la razón de ser de la existencia. Si hay tantas vidas marchitas y sin entusiasmo, ¿no será porque olvidamos amar o, por el contrario, nunca lo aprendimos?
La amistad irradia entusiasmo y alegría. Es una simbiosis por la cual las personas se comunican sus valores, su espíritu, su misterio. Las penas compartidas se dividen. Las alegrías se duplican.
Nos viene a la mente aquella canción de Roberto Carlos:
«Tú eres mi amigo del alma en toda jornada, sonrisa y abrazo festivo a cada llegada, me dices verdades tan grandes con frases abiertas, tú eres realmente el más cierto en horas inciertas»
Para ser cristiano, vive el amor y la amistad dentro del hogar, y con los de fuera, en sinceridad, humildad y verdad. Llena el corazón de amigos, la memoria de nombres y ejercita cada día tu generosidad con todos. (Calixto).