Primera lectura
LOS hermanos perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Con perseverancia acudían a diario al templo con un mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y eran bien vistos de todo el pueblo; y día tras día el Señor iba agregando a los que se iban salvando.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia. R/.
Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos. R/.
La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Éste es el día que hizo el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/.
Segunda lectura
BENDITO sea Dios, Padre de nuestro Señor, Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo a vosotros, que, mediante la fe, estáis protegidos con la fuerza de Dios; para una salvación dispuesta a revelarse en el momento final.
Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un Poco en pruebas diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo todavía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas.
Palabra de Dios
Evangelio del domingo
AL anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en
medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
«Hemos visto al Señor».
Pero él les contestó:
«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
«Paz a vosotros».
Luego dijo a Tomás:
«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».
Contestó Tomás:
«¡Señor mío y Dios mío!».
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.
Palabra del Señor
Comentario Bíblico
Iª Lectura: Hch 2,42-47 Compartir los bienes, compartir la vida
I.1El texto de Hechos 2,42-47 es uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 4,32-37;5,12-16), para dar cuenta de la vida de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser el modelo de la Iglesia.
I.2.¿Vivió así la comunidad primitiva? Sin duda que sí, pero sin necesidad de llegar a pensar que todo era perfecto y no había problema alguno. Los había y grandes. Es posible que en el «compartir», las cosas estuvieran más claras que en otros aspectos ideológicos que poco a poco van a ir surgiendo. Los «helenistas» (Hch 6,1-6), no obstante, se quejaban de que sus pobres y viudas estaban más desasistidos.
I.3.Este texto de las cuatro perseverancias es especialmente significativo después del acontecimiento de Pentecotés y del discurso de Pedro. Es una consecuencia casi inmediata para definir la praxis cultual y religiosa de la comunidad que nace en Pentecostés. Las cuatro «perseverancias» que Lucas propone (êsan dè proskarteroûntes=eran perseverantes): aceptar la enseñanza de los apóstoles, en la koinônía, en la fracción del pan y en la oración, son todo un itinerario. Tiene varias interpretaciones, pero está claro, en principio, que la enseñanza de los apóstoles es la predicación, que mueve al grupo a la «comunión», a la «eucaristía» y a la «oración».
I.4. Lucas en este texto ha tratado de enlazar acciones que son propias de la comunidad cristiana (las cuatro perseverancias primeras) con otras actitudes religiosas y piadosas del judaísmo, como es su asistencia al Templo (v. 47), que contrasta con el «repartir el pan por las casas». En este caso se puede pensar en las comidas fraternas para los pobres que podían terminar con la «fracción del pan» o eucaristía.
I.5. Si debiéramos subrayar alguna cosa especial sería la afirmación de que no había pobres entre ellos. Es la consecuencia de la koinonía (comunión), que no es solamente algo espiritual, sino también social y práctico. O, en todo caso, es una consecuencia de la koinonía espiritual. Este ideal lucano es una expresión de lo que significa y es una iglesia de comunión. No podemos afirmar que Lucas esté pensando en una igualdad económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, con pleno derecho, de solidaridad como consecuencia de la comunión y la renuncia a los bienes de algunos en favor de los pobres.
IIª Lectura (1Pe 1,3-9) Sin haberle visto le amáis
II.1. La primera carta de Pedro es un escrito a los que viven en la «dispersión» y, sin duda, en la «persecución». No es necesario detenernos en su «autor», que no es necesariamente el Apóstol Pedro. Es claro que esa es la situación que viven los cristianos a los que se dirige este escrito
II.2. En un tono solemne comienza el texto que hoy sirve de IIª Lectura que proclama, ante todo, la resurrección de Jesús. Y es esa resurrección la que fundamenta la «esperanza» cristiana. No puede ser de otra forma, ya que es la resurrección el acontecimiento que hace posible vencer a la muerte y vencer toda dificultad en la vida y en la persecución de los que han aceptado a Cristo.
II.3. Por eso, la llamada a la fe, que es una confianza en el «poder» de Dios, determina lo que se nos dice en los vv. 8-9. Y de esta manera, pues, se ha pretendido enlazar con la enseñanza final del evangelio de hoy sobre Tomás y la bienaventuranza de «creer sin ver».
IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!
III.1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, «dan que pensar», como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.
III.2. El «soplo» sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, «Pentecostés» es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.
III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de «antiresurrección»; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.
III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del «encuentro») como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se «encontrará» con el Señor. Esa no es forma de «ver» nada, ni entender nada, ni creer nada.
III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.
Reflexión
La alegría y la sencillez crean comunidad (Hch 2,42-47)
La primera lectura de este domingo nos muestra una imagen de cómo era el estilo de vida de las primeras comunidades cristianas. Así nos lo señala esa recopilación de datos que nos ofrece el autor. De todos estos datos cabe destacar, entre otros, lo que se nos dice en el versículo 46: «en sus casas partían el pan, compartían la comida con alegría y sencillez sincera». La importancia de la fraternidad en comunidad es vital en este pasaje. Comunidades que viven de forma sencilla y alegre mostrando que estos signos -la alegría y la sencillez- los cuales se contagian, son frutos que el Espíritu ha dejado.
La lectura del libro de los Hechos nos enseña que el ideal de comunidad cristiana está en crear «hogar». Un hogar donde se construya comunión y, por consiguiente, se construyan personas. Que sean lugares de encuentro y no de paso; que sean lugares donde se vive y se siente, donde se comparte, se reza y se celebra. Esta visión de comunidad que nos lanza la primera lectura de este domingo debería ser una sacudida para el hoy de nuestras comunidades y el impulso para comenzar a trabajar. ¿Y empezar por dónde? Pues por el dato que nos indica nuestro texto, por aquello que identificaba a las primeras comunidades cristianas: la alegría y la sencillez. Quizá siendo comunidades alegres y sencillas estemos adelantando la verdadera plenitud a la que está destinada toda la humanidad.
La esperanza nos mantiene en la fe (1ª Pe 1,3-9)
En la segunda lectura de este domingo vemos cómo la esperanza nos mantiene en la fe. La esperanza no niega que haya que soportar ciertas situaciones y mucho menos niega el mal, como tampoco es optimismo ingenuo. Pero la esperanza es la que sabe guiar nuestros pasos, con confianza, hacia algo mejor. Es la esperanza la que nos muestra que el mundo, y toda nuestra historia con él, van a ser transformados por completo; es más, aunque no lo veamos, sabemos que ya está ocurriendo. El texto de la primera carta de Pedro es toda una llamada a la esperanza para mantener la fe; esa fe en el Dios al que bendecimosy que un día va a llevar a plenitud lo que aquí sólo alcanzamos de forma limitada y provisional.
Bienaventurados los que sienten (Jn 20, 19-31)
El texto del evangelio de este domingo nos muestra algo fascinante: Jesús vive y está de nuevo en medio de los suyos. No es un fantasma, no hay por qué tener miedo. Al contrario, Jesús les hace experimentar una paz intensa y verdadera junto a una alegría incontenible. Sienten que Jesús, sí, el Resucitado, con su soplo,el soplo del Espíritu, aviva en ellos alegría y paz. Sin embargo el evangelio de hoy también nos muestra la incredulidad, fruto de la cerrazón. Tomás, el apóstol incrédulo, quiere ver, quiere tocar; exige pruebas, cual niño caprichoso, que le saquen de la oscuridad de sus dudas. Y ante esto Jesús vuelve a actuar. Jesús quiere que Tomás abra las puertas que aún tiene cerradas, que venza sus miedos y que también sea partícipe de la paz y la alegría que trae la resurrección. El Resucitado así se lo hace sentir, y Tomás nos ha dejado la confesión de fe más bella que podamos leer y proclamar del evangelio: «Señor mío y Dios mío».
El evangelio de hoy es toda una invitación a vencer nuestros miedos y a no cerrar nuestras puertas. A no exigir pruebas a la medida de nuestros caprichos y a no instalarnos en la testarudez. A no aferrarnos a la necesidad de seguridades absurdas que no pasan de ser mera curiosidad. Y es que la resurrección de Jesús es toda una invitación a sentir. Sí, sentir que nuestra experiencia de fe va mucho más allá de comprobaciones epidérmicas, porque nos encontramos ante algo que nos habla de inmensidad y que es más profundo que una simple comprobación física. El ver y el tocar no aclara realmente nada, es más, nos pueden mantener en la incredulidad porque, en cuestión de fe, el amor es mucho más sólido que nuestras manos. Por ello hay que sentir. Hay que abrir todas las puertas que tengamos cerradas en nosotros mismos y sentir cómo se despierta el amor de quien nos ama y el amor que nos brota ante quienes amamos. Sentir cómo el amor nos reblandece, nos modela, nos figura humanamente, nos sitúa como constructores de paz, hacedores de un mundo nuevo, de nuevas situaciones y de circunstancias renovadas. Porque el amor nos dice quiénes somos antes de transparentarse en nuestras obras, y nos llevará donde no imaginamos.
Sentir todo lo que nos muestra el evangelio de hoy; sentir a Jesús, «saberle» resucitado, nos añade el gozo y la alegría de ver renacida la fe. Y esto nos convierte en bienaventurados. Por ello, bienaventurados aquellos que sienten que la resurrección no sabe de miedos, que la resurrección no sabe de corazones cerrados.