En todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad, se ha asociado a los montes y las montañas con la divinidad. Así, desde la antigua Grecia que consideraba el monte Olimpo como morada de sus dioses, pasando por todas las épocas y culturas, y llegando hasta las actuales prácticas religiosas de numerosos pueblos de la tierra, la montaña, sigue siendo lugar privilegiado para situar el encuentro con Dios.
En la fe del pueblo de Israel, la relación y revelación de Dios con su pueblo a través de las montañas, no fue una excepción. Desde el Sinaí, testigo de la Antigua Alianza en medio del desierto hasta llegar a las cimas de todo el territorio de Israel, el cual por ser un país bastante montañoso, ofrecía en sus montañas, innumerables espacios de acercamiento, encuentro y experiencia de Dios.
Empezando por la montaña de “Sión, monte santo, altura hermosa, alegría de toda la tierra, vértice del cielo, ciudad del gran Rey” (Salmo 47), no terminaríamos de enumerar todas las menciones hechas por el Antiguo Testamento a la montaña como lugar sagrado en donde patriarcas, profetas y todo el pueblo sentía y descubría la presencia real y viva del Dios de la Alianza.
Geográficamente las montañas influyen en el clima y en las precipitaciones, recogen el agua y la canalizan hacia los ríos o las mantienen en depósitos subterráneos para alimentar los pozos y los manantiales de los valles. Estos valores naturales de la montaña, acentúan el valor espiritual de la presencia de Dios, y de su bondad y misericordia para con sus fieles, y las confirman como lugar privilegiado de revelación y encuentro de Dios con el hombre.
En el Nuevo Testamento, y siguiendo la tradición cultural y espiritual del pueblo judío, Jesús escoge la montaña para muchos de sus encuentros de oración personal con el Padre, y para muchas de sus más grandes enseñanzas y revelaciones como las del monte de las bienaventuranzas o la del Tabor para no nombrar sino dos, pero hay tantas referencias a montañas de Galilea y de Judea, cuyo nombre no necesariamente está señalado en la Escritura, sino que solo se hace referencia, sin más especificaciones, al monte o la montaña de la cual se sirve Jesús para realizar el trabajo del Reino de Dios.
Hace 94 años, el Señor también decidió escoger una montaña para dar origen a esta maravillosa empresa de evangelización que es IMEY. Seguramente la más insignificante y pequeña para nosotros. Pero es maravilloso y sobrecogedor, apasionante y sorprendente, como en aquella pequeña colina de “Contento”, Dios manifiesta de una manera extraordinaria su infinita misericordia y su deseo absoluto de hacer llegar su salvación a todos los pueblos de la Tierra comunicándoles vida, y vida en abundancia.
La fe y el convencimiento en esta voluntad salvífica de Dios, del joven Obispo de Santa Rosa de Osos, nuestro Venerable Fundador, Monseñor Miguel Ángel Builes Gómez, fueron las primeras herramientas para transformar la montaña de Contento en esa “Fábrica de Misioneros” que se hacía cada vez más necesaria en Colombia y en toda América Latina, y que estaba destinada a abrir los espacios de todo el Continente para que compartiera obreros del Evangelio a todo el mundo, dando desde su pobreza.
Nunca nos cansaremos de dar gracias infinitas a Dios, por el “don” de su misericordia, manifestado en la persona del Fundador, quien con amor paternal, con firme decisión ante las dificultades, con mística admirable, con caridad entrañable, con espíritu profético y con pasión desbordada por Cristo, por el Reino de Dios y por las necesidades de los pueblos, no sólo señaló aquella montaña de Contento, sino que acompañó todo su proceso de transformación material, institucional, espiritual y apostólica, para hacer del Seminario de Misiones y del IMEY abanderados de la misión ad gentes en la Iglesia universal.
Junto a la persona del Fundador, afloran en nosotros los sentimientos de eterna gratitud para con todos aquellos padres fundadores venidos de la Diócesis de Santa Rosa de Osos, entre los que destacamos la persona de, en aquel entonces, Padre Aníbal Muñoz Duque, quien muchos años después, como Cardenal, llegaría a ser la figura más importante de la Iglesia Colombiana. Y con él, todos esos santos y sacrificados sacerdotes diocesanos, que no temieron subir a la montaña de Contento para darle forma, cada uno con su aporte particular y en su momento específico, a la obra misionera del Seminario de Misiones, que tomaba cada vez mayores dimensiones y se proyectaba con fuerza en la obra evangelizadora de la Iglesia, para la gloria de Dios y la salvación del mundo.
Hoy 3 de julio, reconocemos con agradecimiento profundo, la generosidad del Dios manifestada en un número innombrable de amigos, servidores y bienhechores que a lo largo de estos 94 años de historia han aportado y siguen aportando para el IMEY, y en todos los lugares del mundo donde hacemos presencia, dones desde su pobreza y con absoluta generosidad. Estos bienhechores han compartido con nosotros lo que tienen, renovando en todo momento, aquel bello texto evangélico de la viuda que deposita su ofrenda en el templo y que da en abundancia, no tanto por la cantidad, sino porque lo que ofrece es parte de lo que necesita para vivir y porque lo da del fondo de su corazón.
Traemos, también a nuestra celebración, las figuras de todos aquellos santos, admirables, celosos y valientes misioneros de las primeras generaciones de nuestro Instituto, ellos son para nosotros un motivo de orgullo profundo, orgullo javeriano, y a la vez son caminos que el Señor ha trazado para nosotros como modelos de abnegación y compromiso con la misión, con los pobres y con los valores del Reino de Dios. Los nombres Monseñor Luis Eduardo García, apóstol de los indígenas y en particular de los Tunebos, del Beato Monseñor Jesús Emilio Jaramillo, mártir de la paz, de Monseñor Gerardo Valencia Cano profeta del pueblo de Dios, y de tantos otros que viviendo la radicalidad y el compromiso de las bienaventuranzas, han llevado por senderos novedosos la obra de la evangelización y han hecho cercano y visible el Reino de Dios en medio de nosotros y de los pobres a los que sirvieron con entrega total de sí mismos. Con ellos, desde el cielo, celebramos gozosos estos 94 años de historia.
Pero la montaña es también lugar de las tormentas y las borrascas. Y esa, nuestra montaña, lugar de encuentro con Dios, que ya no se limita solo a Contento, sino que es el Instituto todo allí donde hace presencia en el mundo entero, sigue sufriendo los efectos de la tormenta. No desconocemos, en ningún momento, la profunda crisis que vive nuestro Instituto a todos los niveles, ni queremos justificarla solamente, en el contexto de crisis generalizada que vive nuestra Iglesia de hoy. El momento histórico no es para nada fácil en nuestro Instituto. Sin embargo, queremos afrontarlo sin pesimismos ni fatalismos, porque si en actitud de fe asumimos el pasado con agradecimiento, también en esa misma actitud, y a pesar de los signos contrarios, queremos y podemos asumir el presente con pasión y el futuro con esperanza.
Oportunidad privilegiada para reflexionar sobre nuestro caminar, con sus luces y sombras, será la Asamblea Consultiva convocada para finales de este año. Con la Comisión preparatoria a esta Asamblea, se han estado estudiando los mecanismos para que, entrando en contacto con todas las Regiones y Secretarías, podamos, en la fase preparatoria, lograr la participación de todos con sus aportes y reflexiones.
Son muchos los problemas que tenemos que afrontar en estos momentos, pero también son muchos los frutos y los testimonios de entrega generosa y sincera de la mayoría de nuestros hermanos misioneros que a pesar de las dificultades y contrariedades siguen con ánimo buscando caminos nuevos para la realización de su tarea misionera, desde la casa de padres mayores en Emaús, hasta la más alejada de nuestras misiones. Queremos señalar también, entre estos frutos, la disponibilidad de todos los hermanos nuestros que han pedido y han solicitado en estos últimos años ir a la misión a pesar de las limitaciones de salud o de edad, e igualmente la apertura de una nueva misión en Costa de Marfil, en la localidad de Congassó, ubicada a 30 km de nuestra actual misión de Kounahiri, en el norte del país, en la región más necesitada de misioneros y en un contexto de misión ad gentes. Como dice el Papa Francisco: “La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida del trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados” (EG 24).
Que esta celebración de 94 años de caminada de la mano del Señor, nos siga iluminando sobre el recorrido que aún nos falta, y motive en nosotros fuerza y entusiasmo para seguir caminando siempre dando a Dios el honor y la gloria, Amén.
Germán Mazo m.x.y.
Superior General del IMEY
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