“Caminaban como lo habían hecho las generaciones idas y como lo harían las venideras… caminaban también con los muertos y con los que aún no nacían… Por ese camino salimos mañana y llegamos ayer: Hoy… Algunos marchaban por parejas… y los solitarios… Unos corrían y luego se tendían a descansar bajo los árboles… los más caminaban pausadamente y sin detenerse… Polvo, olor a sudor; especias, flores pisoteadas… habían los que conversaban entre ellos, los que reían con grandes risotadas y los que lloraban o hablaban solos… Millones de sílabas que se funden en un rumor enorme e incoherente, el rumor humano abriéndose paso entre los otros rumores aéreos y terrestres… el estruendo del viento corriendo… el viento no se oye a sí mismo pero nosotros le oímos… Nosotros hablamos a solas con nosotros mismos y nos comunicamos con los muertos y con los que todavía no nacen… La algarabía humana es el viento que se sabe viento, el lenguaje que se sabe lenguaje y por el cual el animal humano sabe que está vivo y, al saberlo, aprende a morir… El viento no se queja: El hombre es el que oye, en la queja del viento, en la queja del tiempo. El hombre se oye y se mira en todas partes. El mundo es su espejo: El mundo ni nos oye ni se mira en nosotros… nadie nos ve… El ruido de las sílabas humanas era un rumor más entre los otros rumores de aquella tarde… Saberlo era reconciliarse con el tiempo, reconciliar los tiempos”[i]…
No podía haber encontrado algo mejor para expresar lo que siento hoy ante el IMEY del mañana. Y voy dejando que las frases de Octavio Paz vayan regresando sobre sus huellas en mi andadura IMEY. Me dejo llevar por el viento que es huracán, tsunami. Y escucho “en la queja del viento y en la queja del tiempo”. El tiempo que se hace dolor y también visión. Y alcanzo a avizorar el camino por donde “salimos mañana y llegamos ayer, es decir: Hoy”. Es el “ya, pero todavía no”, de la parusía. Es un IMEY amasado “en polvo, olor a sudor; especias, flores pisoteadas” y en sangre de mártires. Es un IMEY a ritmo de peregrinos que caminan “pausadamente y sin detenerse”. Es el IMEY en la más cruda realidad de su existencia. Un IMEY tan pequeño que “el mundo ni nos oye ni se mira en nosotros… nadie nos ve”… Y “saber todo esto era reconciliarse con el tiempo, reconciliar los tiempos”.
Una sanación integral
Comienzo con la última expresión de la cita de Octavio Paz: “Reconciliarnos con el tiempo, reconciliar los tiempos”. El IMEY es hijo de su tiempo un tanto estacionario, aquietado por una ideología conservadora, muchas veces, a ultranza, perseguido en algunos casos, incomprendido en muchos, con una constante fuerte: Miope, cegatón, sin visión de futuro. Ha habido un afán, pocas veces disimulado, de someternos a la uniformidad, aconductados según normas preestablecidas. Los pocos intentos de remezón han sido de inmediato, sofocados, no aceptados, denunciados como alteración del carisma.
Las mismas Asambleas Generales, contando también las extraordinarias, han dejado un sabor agridulce jamás confrontado, analizado, explicado. Todo esto ha creado un malestar grande que da razón de la poca aceptación de Superiores y documentos venidos de dichas Asambleas. Da la impresión de que todo está planificado, predeterminado con anticipación y esto deja mala impresión, desgano e insuficiencia cardíaca, pulmonar, cerebral en un Instituto que debería marcar el ritmo acelerado en un mundo sumergido en involución y en luchas intestinales.
El número 11 de Aparecida contiene una afirmación atrevida: “Hay que repensar la Misión”. Esto puede significar varias cosas: 1. No vamos bien. 2. Lo que estamos haciendo no responde a los desafíos de la Misión. 3. Nuestras respuestas no son válidas. 4. Los frutos no responden a las expectativas. 5. Los agentes de pastoral se cansaron intelectual, física y espiritualmente. 6. Perdimos la delantera, nos quedamos rezagados, perdimos el norte. 7. Nos quedamos solos. 8. No hay renuevos en el frente. 9. Se nos apagó el candil. 10. Nos quedamos sin esperanza.
Más incisivo es el número 362:
“La Iglesia necesita una fuerte conmoción que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento y en la tibieza al margen del sufrimiento de los pobres del Continente. Necesitamos que cada comunidad cristiana se convierta en un poderoso centro de irradiación de la vida en Cristo. Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libre de la fatiga, la desilusión, la acomodación al ambiente, una venida del Espíritu que renueve nuestra alegría y nuestra esperanza”.
Una exégesis rápida de este número nos lleva a las siguientes conclusiones: 1. Somos una Iglesia paquidérmica, desubicada, trasnochada. 2. El diagnóstico es severo: Comodidad, estancamiento, tibieza. Y se añaden síntomas que han hecho metástasis: Fatiga, desilusión, seguridad. 3. El remedio es más grave que la enfermedad: Un tsunami… 4. Perdimos a nuestros destinatarios preferidos de Jesús: Los pobres. 5. No hay quinto malo: Sólo el Espíritu puede transformar todo esto en gozo y andadura en la esperanza.
Y el número 365 nos traza el camino a seguir:
“Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales… de toda institución de la Iglesia. Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan las transmisión de la fe”.
Algunas conclusiones sobre este número: 1. La Misión centra toda la vida y actividad de la Iglesia. 2. Ninguna institución eclesial, llámese diócesis, parroquia, movimiento, comunidad religiosa puede relegarse, aislarse, ausentarse de la Misión. 3. El principio ‘identidad eclesial-cristiana’ tiene un referente único: La Misión. 4. La Misión exige un cambio permanente. 5. Agilidad y funcionalidad de toda estructura eclesial.
El Documento de Aparecida podría sintetizarse en una sola palabra: Conversión. Los calificativos abundan en el documento: Conversión pastoral, familiar, misionera, juvenil, presbiteral, a la realidad, a los pobres, etc. Temas candentes en Aparecida como: Apertura del Continente a la Misión Ad gentes, el cambio de época, el protagonismo del Laicado, la diversidad de los ministerios, discipulado y Misión, todo esto y más, no significarían ninguna novedad ni expresarían ningún mandato en nuestra vida eclesial, si no estuviese de por medio la exigencia primera y última de la conversión.
Jesús anuncia la Buena Noticia como un urgente llamado al cambio. Quien no cambia radicalmente no es apto para el Reino de Dios. Hay gentes que no entienden los cambios, que se desajustan psíquica, mental y afectivamente ante los cambios. Éstos, particularmente entre religiosos y religiosas, tendrían enormes dificultades de adaptación a la sociedad y les será muy difícil encajar en el proceso histórico tanto como personas como miembros de organizaciones e instituciones dentro de las cuales se constituyen en barreras y obstáculo a todo cambio y terminan relegados, cuando no, amargados.
Aparecida nos recuerda que todos los días hay cambios no sólo en el mundo sino también en la misma Iglesia, que estamos en un período nuevo de la historia (A 10). El segundo capítulo del documento (A 33-100) nos dice que los cambios han llegado para quedarse.
El Papa Francisco en la EG define los principios base de la nueva andadura así: 1. Salir. Los dos imperativos evangélicos: Ámense y vayan, el Papa los sintetiza en un infinitivo: Salir. 2. La centralidad de la Misión en el Reino. 3. La palabra alegría aparece en el Documento 99 veces. Algo nos tiene que decir. 4. Los destinatarios preferidos son los pobres. 5. “Opción misionera capaz de cambiarlo todo, de transformarlo todo”. El Papa pide abrir todas las esclusas, todas las puertas, todas las mentalidades, todas las espiritualidades, todos los carismas. La cerrazón enferma, lo dice textualmente. El Papa habla de una nueva etapa de evangelización. “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades”.
Nuestra sociedad es una sociedad sitiada, desbordada por los cambios. Ellos expresan la vitalidad de nuestra existencia. Y condicionan la subsistencia. Santa Teresa decía: “O cambiar o morir”. Y Jesús le dice a Nicodemo: “Si no naces de nuevo, no entrarás en el Reino de los cielos”. Nacer es la expresión última de nuestra conversión. Sin embargo, esta expresión tan decantada en este sexenio, ha terminado abortivamente y se ha decidido “pasar a la otra orilla”…
Cualquiera persona con un mínimo de información hoy y, no tan despistada ni distraída, sabe, se da cuenta de que el mundo que nos toca vivir es extremadamente complejo, difícil, tormentoso. Pero a su vez, apasionadamente vibrante, desafiante. Juan Pablo II, ya ad portas del Siglo XXI decía: “Un nuevo Milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo” (NMI 58).
La genial escritora Hamnh Arendt titula su obra monumental: La “Refundación del mundo”[ii] . No es para menos. Algo nuevo se gesta en las entrañas maternales de esta historia contemporánea casi a la deriva, inédita en todas sus perspectivas. Y Naomi Klein en la “Doctrina del Shock”[iii] , describe en detalle el auge del capitalismo del desastre”. Con anterioridad algunos teólogos, en ritual satánico, celebraron la muerte de Dios. Y hoy, en la misma línea, se nos lanza a un mundo totalmente secularizado.
Aparecida aceptó, no sé si a regañadientes o con clara conciencia, pero aceptó el “cambio de época” (A 44). Como respuesta a este cambio y, desde una perspectiva misionera, eclesial, pastoral, hablamos de un cambio de Paradigma. Desde la reflexión misionológica se busca dar una base teológica a una praxis misionera concreta. La Misión no se hace por decretos sino por vivencias, no es una teoría sino una experiencia. Tiene su contexto. Responde a un Hoy desafiante, novedoso, incierto, pero determinante. Algo tan concreto como quien te dice que tiene hambre o el que te dice que no encuentra sentido a su vida.
Las circunstancias históricas cambian. La mentalidad eclesial y teológica evoluciona aunque tímidamente. La Misionología trabajosamente elaborada, muestra también sus avances. De ahí que se acepte un cambio de paradigma: Un nuevo estilo de misión, pensada de nuevo, desde otros horizontes, en consonancia con un mundo totalmente diferente y desafíos nuevos, muy nuevos…
Entonces… una sanación integral en el IMEY supone:
- Un proceso serio, profundo, personal y comunitario de conversión.
- Me atrevo a pensar en una Misión ad intra del IMEY. Es desde dentro en donde comienza la MISIÓN hoy. Varios teólogos promueven este hábitat de la Misión en el corazón mismo de la Iglesia, dentro, no fuera, “intra muros” gritaba ya desde el año treinta del siglo pasado el gran misionólogo, P. Schütz. ¿Cómo puede alguien que no se ha convertido, predicar la conversión?
- Hacer un inventario de nuestras estructuras caducas. Es mandato de Aparecida No. 365. Tenemos que comenzar por desmontar nuestras ASAMBLEAS GENERALES, su andamiaje, sus secretos a voces, la forma de gobierno, lo inútil de sus documentos, la participación, la evaluación de sus mal llamados “mandatos”. Las Asambleas consultivas tampoco han tenido eficacia, necesitan un remezón total. El Consejo Ampliado: ¡Qué inutilidad! Y así y así: Seminarios, secretarías, comunicación entre gobierno y bases, autogestión, proyectos, programas…
- Actualizar nuestra teología en sintonía con “los signos de los tiempos”. Pisar la realidad, saber el tiempo en que vivimos, ‘el agua que nos moja’.
- Cambio de actitud: En el IMEY no escuchamos, simplemente nos defendemos. No aceptamos al otro, imponemos. No estimulamos, competimos. No acompañamos, descalificamos. No confiamos en el Otro, simplemente lo despotricamos. No aceptamos las diferencias, sometemos. No creamos, repetimos. No oramos porque no perdonamos. No avanzamos porque no cambiamos. No somos hermanos porque fingimos. No somos comunidad porque somos egoístas.
- Una espiritualidad más inserta en las culturas… ¡Tantas culturas con las que compartimos la Buena Nueva y tan poco que socializamos!
- Puesto protagónico del LAICADO en la vida y Misión del IMEY.
- “No podemos cambiar nada a menos que lo aceptemos”. Es frase de C.G. Jung. No logramos cambiar nada en el IMEY si no aceptamos la urgencia de darle nueva fisonomía espiritual, comunitaria y apostólica a nuestro Instituto acorde con la realidad cambiante que nos toca afrontar.
- Se nos exige una profunda convicción de cambio o de conversión, entendida la convicción “por el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella” (J. Habermas).
El principio Humanidad
Le preguntaban en una ocasión a Cardinj, el fundador de la JOC, cuál era el mejor método para pescar evangélicamente a los hombres, si con caña o con red: “el mejor método – contestó rápidamente – es cambiar el agua”. No basta que cambie cada cristiano, cada javeriano. Lo que tiene que cambiar es el hábitat, el clima donde vive su fe, las relaciones interpersonales, el método anti-evangélico de convivencia.
¿Cuál agua y cómo cambiarla? Un javeriano dice “haberse bajado de la nube” y a nosotros nos han subido a la nube en este sexenio. ¿Quién no está de acuerdo de que un javeriano necesita espiritualidad y que esa espiritualidad tiene un referente, Jesucristo y un Seguidor apasionado, para nosotros modelo como lo es el Santo Fundador? Lo que no podemos es aceptar una espiritualidad descarnada, desubicada, des-contextualizada. Y lo digo con toda propiedad: deshumanizada. Se nos olvidó cambiar el agua o dejamos la misma agua de las décadas del cincuenta, sesenta hasta el noventa y el dos mil diez… Hay que cambiar el agua, mis hermanos. Y esa agua en el evangelio se llama humanidad. Esa humanidad se expresa en el IMEY por fraternidad y esa fraternidad construye comunidad. Ahí está el secreto de ‘agua nueva’: Darle estatura de humanidad a nuestro querido IMEY.
El cristianismo enseña que a Dios sólo podemos encontrarlo en lo humano y desde lo humano. Porque lo divino es precisamente lo que nos trasciende y, por tanto, lo que no está a nuestro alcance. A Dios, nadie lo ha visto (Jn 1, 18). A Dios nadie lo conoce (Mt 11, 27; Lc 10, 22). Lo que nosotros podemos saber y decir de Dios, no son sino las “representaciones” humanas que nosotros, los humanos, nos hacemos de Dios. Pero nada de eso es Dios “en sí mismo”. Qué lejos están los teólogos de aceptar esta verdad y nos imponen ‘dioses’ a su medida. Y qué lejos están los falsos místicos, misticoides, de esta realidad.
Por esto, y porque el cristianismo ha tomado esto en serio, afirmamos que, en Jesús de Nazaret, Dios se nos ha dado a conocer, se nos ha revelado, se nos ha manifestado, en un hombre, Jesús. Es decir, el cristianismo enseña, como punto de partida de su existencia y de su razón de ser, que Dios se nos da a conocer y se nos revela en lo humano. Lo cual quiere decir que solamente alcanzaremos la plenitud de lo divino, en la medida en que lleguemos a alcanzar la plenitud de lo humano. Ya San Agustín lo había dicho en frase lapidaria: “Camina siguiendo al hombre y llegarás a Dios”.
Vivimos un tiempo difícil para el cual no hay recetas, ni fórmulas mágicas. El Papa Benedicto XVI, en un discurso en Venecia en el encuentro con el mundo de la cultura y de la economía, cita al célebre filósofo Zygmunt Bauman, quien definió nuestra sociedad como “líquida”, que genera una cultura “tecno-líquida” y un ser humano atormentado en desesperanza.
Partir de esta realidad, ubicarnos en este contexto, nos plantea necesariamente nuevas, profundamente nuevas respuestas. Respuestas que parten de actitudes nuevas y actitudes que exigen compromisos pastorales, opciones teológicas y vivencias espirituales que sepan descubrir los signos de los tiempos, la presencia amorosa de Dios que no falla y el respaldo de un testimonio audaz, generoso, solidario.
Para mí el IMEY está abocado a esta nueva realidad en su opción misionera. Me temo que todavía estemos anclados en el Vaticano II cuando sabemos que después del Concilio ha habido un cambio radical. Me temo que la formación de nuestros nuevos javerianos esté desenfocada en este campo. Que todavía sigamos pensando en multitudes que acompasan con aplausos nuestros rituales o ceremoniales avejentados. Que la pastoral es todavía de masas. Sabemos poco del silencio y del acompañamiento personal en el campo apostólico.
Y no hemos asimilado el fenómeno postmoderno no sólo de un mundo sin Dios, sino el fenómeno más grave de un mundo donde el ser humano ha perdido su identidad. Alguien lo decía gráficamente: “Ya no somos jinetes sino jumentos”. Entonces, estamos ante un mundo posthumano. Sé que digo algo grave, pero también sé por qué lo digo. Esto necesita no sólo métodos, sino contenidos, creatividad, audacia, y sobre todo, un estilo nuevo.
Cuando hablo de estilo nuevo estoy hablando de un cambio de paradigmas en nuestro modo de vida, en nuestra fraternidad como sujeto primario y primero de evangelización ad intra y ad extra, inter gentes y ad gentes, un cambio copernicano en la evangelización, una visión antropológica que responda a los interrogantes y torturas del ser humano hoy, una FE que parta del encuentro con Jesús y nos ayude a hacerlo encontradizo con quienes padecen las angustias existenciales de una sociedad ‘tecno-líquida’ que nos hizo individualistas y esclavos del momento, del instante disfrutado y sin futuro.
Entonces… de este “principio humanidad”, se desprende para el IMEY:
- Asumir la renovación o transformación del IMEY desde nuestra humanidad.
- Partir de lo humano en nuestra vivencia comunitaria.
- Darle a nuestras relaciones humanas la dimensión de humanidad que les corresponde.
- “humanizar” nuestra espiritualidad. Me explico: Si rezo, si medito, si contemplo debe darse una coherencia entre fe y vida, entre mi relación con Dios y mi relación con mi hermano, entre mi pastoral y mi preocupación por el dolor humano comenzando por el dolor de mi hermano javeriano.
- Aprender a escuchar el grito de humanidad que hoy se hace ‘ensordecedor’.
- Reivindicar la teología del detalle, o lo que es lo mismo, la espiritualidad de lo pequeño.
- Estimular sin halagos y sin adulaciones.
- Respectar, valorar las diferencias culturales, generacionales, ideológicas y familiares entre los miembros del IMEY. También las diferencias en la formación.
- Priorizar nuestros compromisos de comunidad a los ‘compromisos’ adquiridos por amistades o celebraciones jugosas o beneficiosas de utilidad personal.
- Fortalecer nuestra vida fraterna.
La Misión del futuro y el futuro de la Misión
Giordano Bruno hace 400 años se expresaba así:
“¡OH! Me gustaría hablar con las personas de dentro de 800 años, o al menos, con quienes vivirán dentro de 400 años, en el año 2000. Cuando alumbre el nuevo milenio, ¿Cómo serán? Como el alma del hombre no pasa nunca… tampoco pasa su espíritu”.
Pedro Casaldáliga, en “Hoy una de sus últimas circulares, ya no tengo esos sueños, dice el Cardenal”, se refería al Cardenal Carlo M. Martini así:
“El Cardenal Carlo M. Martini, jesuita, biblista, arzobispo que fue de Milán y colega mío de Parkinson, es un eclesiástico de diálogo, de acogida, de renovación a fondo, tanto de la Iglesia como de la Sociedad. En su libro de confidencias y confesiones, “Coloquios nocturnos en Jerusalén”, declara: «Antes tenía sueños sobre la Iglesia. Soñaba con una Iglesia que recorre su camino en la pobreza y en la humildad, que no depende de los poderes de este mundo; en la cual se extirpara de raíz la desconfianza; que diera espacio a la gente que piensa con más amplitud; que diera ánimos, en especial, a aquellos que se sienten pequeños o pecadores. Soñaba con una Iglesia joven. Hoy ya no tengo más esos sueños». Esta afirmación categórica de Martini no es, no puede ser, una declaración de fracaso, de decepción eclesial, de renuncia a la utopía. Martini continúa soñando nada menos que con el Reino, que es la utopía de las utopías, un sueño del mismo Dios.
Él y millones de personas en la Iglesia soñamos con la «otra Iglesia posible», al servicio del «otro Mundo posible». Y el cardenal Martini es un buen testigo y un buen guía en ese camino alternativo; lo ha demostrado”[iv]. Y Otro IMEY POSIBLE…
A mí también me gustaría hablar con javerianos dentro de cincuenta, cien, doscientos años. Y me gustaría soñar con un IMEY hecho en futuro, con características que respondan a la novedad del “transhumanismo” del que habla el filósofo Luc Ferry[v].
Hace medio siglo, un mes después del asesinato de Martin Luther King y de las sangrientas revueltas que desató, se reunieron en los decadentes salones del hotel Hilton en Manhattan 800 personas, entre ellos algunos de los pensadores más relevantes del momento, para pronosticar el futuro. Y ninguno habló de tensión racial ni de injusticias sociales, tal vez porque no tomó la palabra ninguna persona de raza negra, ni nadie menor de 35 años. Pero ese futuro es exactamente hoy: “Towards the Year 2018” fue el libro que recogía las ponencias presentadas en aquella conferencia de tres días organizada en 1968 con motivo del 50º aniversario de la Foreign Policy Association y que esta semana ha recordado la revista The New Yorker[vi]. Entre las premoniciones de aquel entonces, se destaca el Internet y el calentamiento global.
Qué tal reunirse hoy un grupo de javerianos y, profundizando sobre el futuro de la Misión, pudiesen predecir el futuro del IMEY en cincuenta años. Así pienso la Asamblea 13. La Conferencia de Medellín se celebró hace CINCUENTA AÑOS y allí se habló “del grito de los pobres”, de “las desigualdades sociales en el Continente”, del “papel profético de la Iglesia”, “del análisis de la realidad como principio fundante de la pastoral”, del “liderazgo laical” y… así…hoy son temas palpitantes… candentes que todavía esperan respuestas.
A nosotros nos formaron para la perennidad, para la uniformidad, para la exactitud del rito y el cumplimiento matemático de horarios, calendarios, rezos y urbanidades obsecuentes. Y de repente se nos viene el mundo encima: Estamos viviendo un universo diferente, plural, diverso, en el que los principios son cuestionados, el pasado sin memoria, el presente fugaz y el futuro, sencillamente incierto. Pasamos del mundo de la seguridad al vaivén de la tormenta; del mundo de la verdad y las certezas a los cuestionamientos permanentes; del mundo de la globalización al mundo de la ‘glocalización’; de la modernidad a la trasmodernidad y posverdad; un mundo que no logramos siquiera definir porque nos sobrepasa el peso de su vertiginosidad. Es el mundo ‘light’, de pensamiento ‘líquido’.
Hoy más que nunca la Misión va tocando fronteras cada vez más prohibidas, prohibitivas, caóticas, inciertas: La increencia, la indiferencia, el fundamentalismo, fanatismo, la sociedad del mercado con sus dioses y sus cultos y sus sacerdotes, la falta de sentido, el esoterismo, el egoísmo brutal que genera la postmodernidad, la inestabilidad familiar, el tradicionalismo, el facilismo, exclusión de género, social, étnica, etc.
Me atrevo a pensar que la misión hoy es más una pregunta que una respuesta. No hay preguntas mal hechas, dice el adagio popular, sino respuestas mal dadas. La Biblia también hace preguntas. Dios es la pregunta que se ha hecho la humanidad siempre. Cuando damos respuestas sobre Dios son simples proyecciones del ser humano, concepciones y percepciones a lo humano. La teología es mera aproximación. Dios en principio está más allá o también más cerca, dentro… ‘te buscaba fuera y TÚ estabas dentro”, dice San Agustín. Sólo Jesucristo nos revela a Dios en su mismidad primera: Padre y en su sueño luminoso: La Nueva Humanidad.
Sin una base teológica sólida, actualizada, acorde con los signos de los tiempos, estaríamos frustrando el Plan de Dios que es el Reino en construcción con la Misión. La pastoral sería una respuesta inacabada, insuficiente incluso, perjudicial. Y nuestra espiritualidad sería vacía. D. Bosch afirma: “Una base inadecuada para la Misión, y motivos misioneros ambiguos conllevan a una práctica misionera deficiente”[vii] .
Dentro de cincuenta años hablarán de la “Iglesia cibernética”, de “Iglesia de las catacumbas”, de “la misión de la sangre”, “de una Iglesia toda ministerial, toda laical”, de “Iglesias del silencio”, de “una Iglesia de minorías”, de “la Iglesia de la diáspora”, de “una Iglesia toda Misión”, de una Iglesia ‘escuela de oración, contemplativa, mística”, de “una Iglesia toda democrática”, de “una Iglesia toda plenamente juvenil”. Fue el caso de Camboya después de los K´amerst rojos… y así…Ad Gentes, cincuenta y tres años ya, nos habló de una Iglesia particular con Liturgia propia, teología propia, ministerios propios, espiritualidad propia, legislación propia… sueños y más sueños que no han comenzado a dibujarse ni en la penumbra y peor, con rechazo en muchas instancias eclesiales…y que quizás serán realidad en 50 años.
¿Y cuál será el javeriano dentro de cincuenta años? ¿Y cómo será? ¿De dónde vendrá? ¿Cuál será el estándar de vida IMEY en cincuenta años, su formación, su estilo de vida, sus visiones y sus desafíos? No estamos tan lejos de esa meta… Las metas como los objetivos son lo primero en su elaboración y lo último en su ejecución… En el IMEY hemos tenido pocos soñadores, pocos profetas que nos abran al futuro y que nos ayuden a diseñarlo. Hemos vivido del día a día, casi puntualmente sin atrevernos a dar pasos en la incertidumbre, en la inseguridad, en la disponibilidad para construir, o al menos, idear nuestro futuro. Vivimos de sexenio en sexenio lamentándonos de lo ocurrido y prometiéndonos, sin mucho rigor, mejorar… ¡desmejorando más bien! ¡Oh dolor!
Entonces…
Pienso en mis vaguedades y en mis amores javerianos así:
Pienso en el javeriano del futuro y ese futuro es ya HOY, como lo dice Octavio Paz en mi cita de entrada: “Por ese camino salimos mañana y llegamos ayer: Hoy…”.
Un SER que peregrina echada al hombro la historia y cargando con sus muertos y viviendo con los que vendrán… pasado y futuro en construcción permanente.
Y si hombre en la historia, hombre en la realidad asimilada, ponderada, conquistada, transformada.
Hombre de vanguardia, jamás en la retaguardia.
El javeriano será un místico que sabe leer el pasado en el Hoy de la historia en proyección de futuro.
Hombre de la Palabra, de la escucha, del diálogo, de la tolerancia, del respeto profundo por las diferencias.
Alguien que asume la teología en su relación más amplia, generosa y comprensiva con las ciencias sociales como Antropología, sociología, psicología, etnología… enamorado del arte, de la poesía, de la música, de la literatura, de las culturas. Una teología profundamente misionera.
Un hombre que vive en el mundo de la velocidad tecnológica sin perder el timón de la racionalidad, de la cordura, del dominio de sí mismo, de su responsabilidad.
Un asceta de la sencillez, la simplicidad, la humildad, cercano a lo esencial. Las tempestades sociales, políticas, religiosas tendrán un carácter cada vez más antagónico que exigirá ir tirando de lado lo inútil, lo accidental, lo secundario. La sociedad del futuro será cada vez más simple o nos ahogamos en nuestras mismas complicaciones y complejidades.
Habrá qué pensar más en la humanidad como totalidad holística, integralidad y racionalidad ética en defensa de lo universal como principio de subsistencia y poner todas nuestras capacidades en bien de esa construcción planetaria sin menoscabo de nuestros carismas, dones intelectuales y riquezas espirituales.
Un SER profundamente inquieto, renovado, actualizado, abierto a los signos de los tiempos, en diálogo con todas las vertientes filosóficas, científicas, teológicas y culturales por las que vaya trasegando la historia.
Un ser con corazón planetario. Esto no es un mero giro poético. Es una profunda realidad, más aún, una exigencia del javeriano del futuro: Hombre abierto a todas las espiritualidades, a todas las cosmovisiones, a todos los chispazos de pensamiento, a todos los sueños que en esperanza, construirán los siglos venideros.
¿Y el IMEY?
Si Moisés Naim escribe su libro: “Repensar el mundo” y Aparecida lo toma como uno de sus desafíos prioritarios: “Repensar la Misión”, ¿cómo nosotros, Javerianos podemos repensar nuestro IMEY? Hoy se habla de las “revoluciones silenciosas”. Son grupos de base, científicos y otros con sentido ecológico que están ensayando alternativas a este tipo de habitar el planeta Tierra. Su principio motor es buscar la alternativa…Quiero estar en este grupo “silencioso” recreando el IMEY desde una perspectiva profundamente misionera en creatividad y visión profética.
En un contexto así de dramático surgió un movimiento llamado “Los convivialistas” que reúne por ahora a más de 3200 personas de todo el mundo (véase www.lesconvivialistes.org). Buscan vivir juntos (de ahí convivialidad), cuidando unos de otros y de la naturaleza, no negando los conflictos, sino haciendo de ellos factores de dinamismo y de creatividad. Es la política del gana-gana. Cuatro principios sustentan el proyecto:
- El principio de la común humanidad. Con todas nuestras diferencias, formamos una única humanidad, a mantener unida.
- El principio de la común socialidad: el ser humano es social y vive en varios tipos de sociedades, que deben ser respetadas en sus diferencias.
- El principio de individuación: aunque siendo social, cada cual tiene derecho a afirmar su individualidad y singularidad, sin perjudicar a los demás.
- El principio de la oposición ordenada y creadora: los diferentes pueden oponerse legítimamente, pero teniendo siempre cuidado de no hacer de la diferencia una desigualdad[viii].
A estos principios yo añadiría para el IMEY en construcción de futuro:
- El principio de la creatividad,
- El principio de la inquietud, sobre todo, espiritual, intelectual, comunional, testimonial.
- El principio de la cordialidad: Una cultura cuyo centro sea el corazón,
- El principio del ‘compartir’ que me ha enseñado la cultura Quechua en Bolivia en la mesa de la convivialidad, de la sororidad, de la fraternidad universal.
¿Y el IMEY del futuro? Un pequeñísimo ENTE compuesto de partículas muy singulares que sobreviven dentro de la especie humana con un signo de identificación plena: Carisma misionero. Hombres y mujeres matriculados en la escuela del DISCIPULADO DE JESUS, como testigos del VIVIENTE PLENO. Testigos de una humanidad nueva, vivida en pequeñas fraternidades: Abiertas, acogedoras, simpáticas, plenas de gozo y felicidad, defensoras de la vida, del medio ambiente, testigos de la cultura de la solidaridad. Fraternidades interculturales e interreligiosas. Esto es un giro copernicano en el IMEY…un desafío para el HOY que es mañana… Entonces… Sí, sí, todavía peregrinamos…
Cochabamba 07.02.18
jesús e. osorno g. mxy
[i] Paz, Octavio. El mono gramático pp. 75-78
[ii] Cita, Klein Naomi, la doctrina del Shock, Paidós, Barcelona, 2007, p. 23
[iii] Klein, Naomi, La doctrina del Shock, Paidós, Barcelona, 2007
iv Alai, América Latina en Movimiento, febrero 2009
[v] El Tiempo, Bogotá 07.01.18
[vi] Cruz, Eva, Así era el futuro hace cincuenta años. El País, Madrid, 05.01.18
[vii] Cita Gabriela Zengarini O.P. La misión en cuestión en Caminar, año 8, número 14, p. 41
[viii] Boff Leonardo, Diaconía, columna semanal 16.07.29