Les confieso que usualmente me rehusó a escribir, pareciera que estoy embadurnado de silencio. Y me pregunto: ¿Cuál es el silencio que hay en mí? Sé que existen distintos tipos de silencio: aquel que se da por prudencia, o cautela; peor son aquellos que se dan por insatisfacción cargada de recelo, o por miedo, o indiferencia, o ignorancia o porque simplemente la realidad nos sobrepasa y no la comprendemos.
Le pido a Dios que mi silencio malsano se convierta en el silencio del místico; es decir, callar, no por ausencia de palabras, sino porque existe una realidad inefable (Wittgenstein), la del espíritu, la de Dios mismo. En definitiva el silencio del místico, en la revelación cristiana, tiene que romperse para hablar palabra de Dios, para que el logos habite entre nosotros (Jn 1, 14), sin embargo, no pretendo grandezas que superan mi capacidad (salmo 130)
El espíritu que me mueve hoy no es el de una dialéctica de ideas que generen polaridad en pensamientos y reacciones contrarias, sino que pretendo más bien contemplar un IMEY desde una fenomenología analéctica, es decir, describir la realidad de situaciones concretas como las percibo y buscar una complementariedad racional, partiendo de lo que han dicho otros hermanos.
Quiero agradecer al padre Oscar Londoño, al padre Jesús Emilio y al padre Jairo Franco por los últimos escritos sobre la Asamblea General, los cuales han encendido en mí nuevos mundos. Por medio de sus textos se percibe unas almas inquietas, racionales, audaces y ante todo un deseo de vivir el IMEY hoy. Pero también se logra ver personalidades distintas y perspectivas por dialogar.
Les confieso que hace tiempo tengo la convicción que para llegar a la verdad no basta presentar posiciones parcializadas o enfoques distintos, eso sólo refleja verdades particulares. Creo que para llegar a la verdad se da desde el límite de un realismo construido dialógicamente en comunidad; por tanto, parafraseando el título del padre Jairo Franco, podría afirmar que si no dialogamos con altura el IMEY no existe o su existencia es caótica.
Dialogar es una de las convicciones que muchas veces no ejercitamos, muchas veces preferimos sacar a nuestros compañeros de las misiones porque nos encerramos en nuestras posiciones sin mirar sus realidades, peor son las veces en que juzgamos y condenamos al otro por chismes, ese tipo de actitudes son estructuras que impiden el dialogo.
Tengo que reconocer que escritos como los del padre Jesús poseen un lenguaje impactante pintoresco y medio poético, según su personalidad; pero me apasiona porque despiertan en mí, un deseo de repensar nuevas estructuras en un IMEY para el mundo de hoy.
El padre Oscar Londoño afirma que estamos en una cultura activista e informática, más allá de lo racional, situación que nos limita a entrar en una dialógica. Eso mismo en palabras de Osorno se ve como un llamado a la posmodernidad, es decir, parece que el IMEY es moderno porque se quedó en una razón estructurada y desenchufada de las realidades individuales y emocionales del sujeto de la misión, y que en definitiva son estas realidades el contexto más próximo y la base para motivarnos a la misión. Un signo de este retraso se expresa en lo esquemático y repetitivo de las preparaciones a la asamblea y en el énfasis en lo temático.
El padre Jairo por su parte nos muestra el peligro de quedarnos en una racionalización que mira hacia afuera y olvidarnos que la racionalización en palabras de Freud es una defensa, podríamos criticar a otros sin cambiar nosotros mismos. Hay que mirar hacia dentro, vivir por dentro, las mayores transformaciones se dan desde sí mismo.
Con lo anterior tengo que decir que la existencia del IMEY está por construirse. Se construye en la comprensión de una realidad completa, no parcializada, en búsqueda de la verdad. En Colombia se está en época de elecciones y se ve cómo la gente se divide por temas políticos, ojalá que en esta preparación a la Asamblea General no caigamos en actitudes primarias, en sectarismo, en la polarización o proselitismo ideológico. Más bien complementémonos, dialoguemos y lleguemos a la verdad del IMEY para hoy.
El padre Jairo Franco lee el problema desde el concepto de existencia. Ese discurso filosófico es de por sí partidario, nos hace entrar en la clásica rivalidad existencia vs. esencia. La solución en esta encrucijada es saber que la existencia se da desde distintos niveles, siempre se reconstruye, se comprende, se potencializa; no se vive desde una esencia inmutable sino que siempre está mediada por el tiempo y su intelección (Espíritu absoluto), es decir, el IMEY es más que un contrato.
El problema de la existencia aplicado a las instituciones no es solo filosófico sino más bien sociológico. Cornelius Castoriadis (2007, pg. 114)[1], afirma que una institución poseen un hecho real, otro funcional, otro racional- formal y otro simbólico. La dimensión simbólica refiere a los imaginarios que nos hacemos de ella.
Por su parte, Los roles, las estructuras, los liderazgos en una institución no son realidades inventadas. Están ahí a la vista, se evalúan para mejorar. Michel Foucault[2] afirma la existencia estructuras de poder en toda relación humana y cómo de una u otra manera determinan al sujeto sobre quien se ejerce. Sin embargo, Las estructuras son susceptibles de re-invención, no cerradas; es decir, son susceptibles de construirse de moldearse. Lo más inexistente en una institución son los imaginarios que estas nos representan, es decir, cómo cada uno interpreta y ve las cosas. Es difícil esta dimensión porque se presenta como algo no real, inventado; es la situación que debemos debatir y dialogar.
Estoy de acuerdo con el padre Jairo franco en decir que las instituciones son relaciones configuradas por medio de contratos; sin embargo, los contratos tienen temporalidad o vigencia. Las instituciones no están hechas, las construimos y reformamos constantemente. El reto está en que tengamos una capacidad racional y una actitud dialógica para auto-comprendernos y re-configurarnos desde Dios.
Es lo que vivió Santa Teresa y San Juan de la Cruz para reformar el Carmelo; lo que vivió San Francisco queriendo reformar la Iglesia enriquecida y poderosa de su época; le sucedió también a san Ignacio que repensó una Iglesia nueva más dinámica. IMEY, ese es tu reto, reconstruirte.
Santiago Guzmán Pizarro. M.X.Y.