Comienzo con una frase de Alvin Toffer: “Los analfabetos del futuro siglo XXI, no serán aquellos que no sepan leer ni escribir, sino aquellos que no puedan aprender, desaprender y reaprender”. Pues ya estamos viviendo ese siglo y los Javerianos nos abocamos a la celebración, realización y proyección de la 13 Asamblea.
¿Algún Javeriano ‘analfabeto’? Jamás… ¿Aprendices? Todos. ¿Discípulos? Todos. El IMEY es una escuela, si se quiere, la misma del Discipulado de Jesús en su evangelio. Parece que la pedagogía, el método y, sobre todo, la praxis, se nos han vuelto difíciles, complejas. Al menos, los resultados parecen dispares.
Según el consejo de Toffer, se trata de ‘aprender, desaprender y reaprender’. Estas palabras son comprensibles en sí mismas. Paulo Freire en su ya antigua “pedagogía del Oprimido” nos aconseja el aprendizaje a partir de las palabras “claves”, aquellas que generan, concentran y potencian la realidad del hábitat en que nos movemos. .
¡Aprender el IMEY! Pero si es nuestra vida, lo que somos, lo que da sentido a nuestra existencia, aquello que explica mi identidad, el referente de mi pertenencia, mi convivencia, mi espiritualidad. Ese no es el problema. El problema es ‘desaprenderlo’. Es decir, desempolvarlo, lustrarlo, lijarlo, convertirlo, actualizarlo, ponerlo en sintonía con el mundo actual, renovarlo, transformarlo. Y una palabra aparte hecha de mi atrevimiento: “exorcizarlo” es decir, sanarlo in radice, botar los malos espíritus de pesimismo, de miedo, de temor, de cobardía, de miopía.
Y ‘reaprenderlo’: Balbucearlo de nuevo, pronunciarlo desde su esencia primordial, asumirlo en su unidad y multiplicidad, abordarlo en los diferentes contextos en los que nos movemos, embriagarlo del Espíritu, ampliar nuestros horizontes, significar nuestras relaciones humanas y darle cobertura planetaria a nuestro carisma con nuevos sujetos, nuevos dinamismos, nuevas experiencias, nuevo lenguaje. Pareciera obra de magia… allá tenemos que llegar.
Propongo diez sustantivos ‘claves’, generadores del Nuevo IMEY.
Imaginación. José Gordon, uno de los divulgadores científicos más reconocidos en México, recientemente ha dicho: “La falta de imaginación está detrás de los grandes problemas de la humanidad”. Y añade: “Para mí el problema clave que está detrás de las diferentes crisis que vivimos es la falta de imaginación y pensamiento crítico”. Hemos perdido la imaginación en el IMEY. Y la capacidad crítica se confundió con el desgano, por no decir, inercia. El arte, la música, la poesía, en general la literatura, iban de la mano con la investigación en nuestro Instituto. Y todo se ha ido desvaneciendo como sombra en el ocaso. Imaginar es crear, recrear.
Profetismo. En un disfrute gozoso y memorioso, he estado leyendo el libro del Celam, “Obispos de la Patria grande”, en donde encuentro a Manuel Larraín en su dimensión profética. Allí se describe a los “profetas… como los que ven más allá del presente, los que no se conforman con la realidad, los que la niegan y la desafían. Los que saben imaginar una manera nueva de enfrentar la naturaleza y de convivir entre hermanos”, lográndose así que “no es la realidad la que moldea a los profetas. Son los profetas los que moldean la realidad”. Suficiente. ¿Y el IMEY hoy? Hijo de profeta, con testigos de la profecía hasta la sangre, y sin embargo, nos encontramos anclados en sombras de muerte, preparando funerales institucionales, en lugar de tender la mirada más allá extrayendo la savia fecundante de un futuro que nos pertenece y que tenemos que hacer nuestro. Un profetismo que nos enseñe a moldear nuestra realidad y no dejarnos moldear por ella.
Humanidad. Cierta espiritualidad cercana al ‘espiritualismo’, quietismo, movimientos pentecostales olvidan el mundo en el que nos movemos. Sobre todo, rechazan lo humano, la humanidad. Es el Concilio de Calcedonia (Definic. a. 451), quien define a Jesús como el “Perfecto en la humanidad”. “Humano así sólo puede ser Dios mismo” (L. Boff). Él nos da a conocer la humanidad de Dios. Y hace opción por lo más humano entre lo humano: Los pobres, los enfermos, los postergados. Es desde “el dónde” uno se ubica lo que marca y define nuestra opción y la visión que se tenga de la realidad. Dos conclusiones rápidas: Nuestro estilo de vida tiene que “humanizarse” a la manera de Jesús cualificando nuestras relaciones, nuestras visiones, nuestra interpretación de los signos de los tiempos. Y, algo más importante: Los criterios que ayudan a definir el carisma tienen su referente impostergable en el ‘pobre’. Entiéndase esto a la manera de Jesús. “Desligado de los últimos, el Dios de Jesús pierde su identidad”, como la puede perder el IMEY.
Fraternidad. Dios amoroso, en Jesús, su revelación máxima, quiere que seamos hermanos (Cfr. Mt 23,8). Es un parentesco más allá de los vínculos de la sangre, es la novedad de la Nueva Familia que Jesús ha venido a formar con nosotros (Cfr. Mc 3, 31-35). Esa fraternidad se forja en la escucha de la Palabra, en el cumplimiento de la voluntad de Dios y en la praxis o coherencia entre fe y vida. Esta es la raíz de nuestra espiritualidad: El amor fraterno, el servicio a los demás, la entrega incondicional en la construcción del Reino que es precisamente, esta fraternidad universal que tiene como paradigma la pequeña fraternidad javeriana: Ser hermano universal con mente y corazón planetarios para quienes el universo es nuestra casa común; los seres humanos, imágenes perfectas del Jesús del Evangelio; los pobres, nuestros preferidos; las distintas religiones, mesa tendida a la convivialidad en diálogo constructor del Reino; y las culturas, escuela de aprendizaje permanente que nos permite crecer en aceptación gozosa de nuestras limitaciones, necesidades y espiritualidades en pluralidad convergente.
Santidad. ¿Y si no es para ser SANTOS, para qué estamos en esta brega? Pero es en serio. Ya vemos que se puede: El Fundador, el Beato Jesús Emilio, y cuántos más en anonimato silencioso y profundo que constituyen las bases de nuestra subsistencia. Entre las muchas definiciones de santidad que da el Papa Francisco en su Exhortación Apostólica, Gaudete et exultate, tiene ésta: “Es el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de la gracia” (No. 34). Y para nuestra Asamblea, un desafío: “La santidad es un camino comunitario” (No. 147). No basta que mi superior sea santo. No. Es necesario que Él y su fraternidad colegiada y todo el IMEY, seamos SANTOS.
Solidaridad. Es una palabra, hoy, muy socorrida, pero en la práctica, vacía. Si alguna palabra es sinónima de MISIÓN, es SOLIDARIDAD. Es sentir el dolor ajeno como lo sintió Jesús. Es compadecerse de la angustia y soledad de nuestra gente. Es escuchar el clamor ‘ensordecedor’ de la gran masa humana dolorida y violentada. Es abrir el corazón al migrante. Es tender la mesa y compartir el pan. Es, y será siempre dar la Buena Noticia de las Bienaventuranzas. Es dar oportunidad al laicado, multiplicar los ministerios, abandonar el clericalismo, abrirse en mente y corazón a las novedades del Espíritu hoy. Es caminar con el Pueblo. Es liderar las grandes gestas de la justicia social, de la construcción de la paz y la armonía entre los pueblos. Solidaridad es ensanchar el corazón y abrir la mente a un proceso de humanización que coincide con la universalidad del Reino. Nuestro IMEY necesita ampliar el horizonte de la solidaridad en mil detalles que deben comenzar en nuestra vida diaria en las mismas fraternidades y con quienes viven y comparten con nosotros su trabajo y la inmensidad de su amor. Este es el capítulo de nuestros Benefactores.
Comunicación. A la pequeña aldea de M’cluhan se le han disparado inmensidades de mundos, inteligencias, tecnologías que la superan y la desbordan. Esa pequeña tienda de camino, Contento, también se ve abordada de miles desafíos, tareas y responsabilidades inéditas, impredecibles. Es la era de la comunicación. Pero constatamos que a más tecnologías y multiplicidad de medios para comunicarnos, más lejos estamos los unos de los otros. Nuestras relaciones son frías, calculadas, inusuales, extemporáneas. Se ha perdido lo oportuno, lo estimulante, lo afectivo, cálido y fraterno de nuestra convivencia. Cuando más llegamos es al informativo y pare de contar. Estamos desapareciendo como personas. Hay el temor, no tan remoto, de que nos cosifiquemos. Es hora de reivindicar nuestro sentido pleno de comunidad en relaciones diáfanas, sentidas, asequibles, permanentes desde la comunicación y la creación de puentes para el diálogo y la formación comunional.
Programación. En otro tiempo se nos insistió mucho en los decantados ONCE PRINCIPIOS de nuestra vida en Misión. He aceptado con reticencias esos once principios. Es la práctica la que nos va dictando criterios, normas, pasos que vayan fraguando actitudes ante situaciones que resultan cada vez más desafiantes e inéditas en nuestra pequeña andadura. La formación debería capacitarnos para asumir riesgos e imprevistos en nuestras tareas del día a día. Sin embargo, estamos lejos de esta realidad por factores que nos parecen de lo más elemental en nuestros tiempos. Asumir una programación que nos dé pistas en nuestro trabajo podría ser un acierto de la 13 Asamblea si lo hace en términos generales como principios comunes a nuestro qué-hacer en las diferentes áreas de nuestra pastoral, como por ejemplo, el protagonismo del Laicado, la multiplicidad de los ministerios, la inserción en las culturas, el diálogo a todos los niveles, la promoción humana, el testimonio fraterno, la contemplación en la acción. Necesitamos una revisión honda en todo esto.
Acompañamiento. Gilles Deleuze y Félix Guattari en su monumental obra, “Mil Mesetas”, parten de un principio básico aplicable a nuestra realidad javeriana: “Como cada uno de nosotros era varios, en total ya éramos muchos”. O como lo decíamos en aquellos tiempos de los Cursillos de cristiandad: “Con Cristo somos mayoría”. La realidad de nuestro IMEY es que somos un puñadito nada más. Necesitamos aceptarnos en esta pequeñez o desde ella y en ella. Esa mirada ad intra debe fortalecernos. ¿Y cómo? Uno: Cuidándonos, queriéndonos, tolerándonos. No podemos despreciar lo poco que somos que ya es mucho. Hay que valorarnos más. Dos: Fortalecimiento de las fraternidades: Vida, oración, estudio, planeación, evaluación, descanso. Tres: Acompañamiento y seguimiento: A cada persona, a los proyectos, a los Mandatos de la Asamblea, a los documentos fundamentales del IMEY. Cuarto: Recrear las Regiones, las zonas, dándoles autonomía en asuntos de simple sentido común. Quinto: Superar centralismos, autoritarismos, desgaste de recursos, dualidades de roles…
Esperanza. Este es el colofón de mi planteamiento: Un despertar IMEY, una aurora, una luz en medio del túnel, una energía vitalizadora, una palabra de consuelo, una voz en el desierto que clame, que grite que SÍ se puede, que hay caminos, que los sueños están VIVOS, que es más lo grande de nuestro IMEY que las torpezas de cada día en nuestra andadura comunitaria. La esperanza es virtud de combatientes. ¡Y qué combate en el que vivimos, al que estamos sometidos, el que nos espera a diario! Si no hay esperanza, estamos derrotados. Y esto, ¡JAMÁS!
Conclusión. Con estas diez palabrejas que garabateo hoy, pongo mi grano de arena en esta magna Asamblea. Magna por lo coyuntural, lo estratégico, lo esperanzador, por la situación, por la realidad, por el desafío, por la responsabilidad de quienes la protagonizan, por el futuro que nos depara… Queremos una ASAMBLEA NUEVA, novedosa, recreado en el ESPÍRITU.
Cochabamba 09.09.18
jesús e. osorno g. mxy