11 de octubre, 2020
Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 25, 6-10a
Preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».
Salmo
Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6. R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 12-14. 19-20
Hermanos:
Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones.
En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.
A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 1-14
En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron.
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.
Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”. El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».
Comentario Bíblico
Iª Lectura: Isaías (25,6-10a): Dios salvará a todos los pueblos
I.1. Esta lectura forma parte de un conjunto del libro de este profeta (cc. 24-27), conocido entre los especialistas bíblicos como «apocalipsis de Isaías». En realidad no es conjunto netamente apocalíptico, aunque no podemos negar la opción escatológica que se apunta en distintos momentos, como una gran liturgia, con himnos, cánticos, que predicen el triunfo de Dios sobre sus enemigos en el monte Sión, en Jerusalén. Se propone, como período de composición de este Apocalipsis, la época posterior al destierro de Babilonia (s. VI a. C.); esto es lo más probable, aunque no podemos precisar el momento de su composición.
I.2. El autor sigue las huellas y la teología de Isaías, y por eso ha sido introducido en el libro del gran profeta y maestro. La lectura de hoy es, probablemente, el trozo más hermoso de este conjunto en el que, después de un cántico al Dios liberador, el profeta habla de un momento prodigioso, bajo el símbolo de un banquete, de un festín escatológico, donde será destruida la muerte y el oprobio de su pueblo. Y entonces todos reconocerán a Dios como «salvador» en el monte santo, en la nueva Jerusalén.
I.3. No es frecuente en cantos de tipo apocalíptico un mensaje tan hermoso y esperanzador. Aunque en este caso no se podría haber expresado mejor aquello que debe ser la esperanza bíblica. Porque la palabra profética convoca a algo que verdaderamente no se realizará en este mundo, ni en esta historia. Por el contrario es necesaria otra “historia” nueva, si es que podemos hablar así, que necesariamente está en las manos de Dios; esto último es determinante. El “velo” que tienen todos los pueblos, según el texto de hoy, debe caer para que todos los hombres puedan ver algo nuevo y definitivo. Ni Sión o Jerusalén podrán soportar este sueño profético. Será una Jerusalén no hecha por manos de reyes o trabajadores explotados. Un sueño, desde luego, de esperanza.
IIª Lectura: Filipenses (4,12-14.18-20): Agradecimiento generoso
II.1.Este texto pone punto final a la lectura de Filipenses en la liturgia de estos domingos. Pablo le da las gracias a esa comunidad, una de las más queridas y generosas con él, a la vez que con la comunidad madre de Jerusalén, según el compromiso que habían pactado Pedro y Pablo en la asamblea de Jerusalén (cf Gl 2; Hch 15). Aquí les recuerda que él personalmente está acostumbrado a todo, a la hartura y a pasar hambre. Pero mientras permanecía en prisión (casi con toda seguridad en Éfeso), le han enviado ayuda por medio de Epafrodito, y se lo agradece. Cristo le da fuerza para todo, es la afirmación más contundente y significativa.
II.2. La vida cristiana, pues, es también una llamada a solidaridad en las necesidades básicas, que no puede ser más que consecuencia de una comunión de fe y de amor. Compartir los dones espirituales podría ser, en algunos casos, demasiado poco ante la angustia y las necesidades que muchos experimentan. Dios es el primero que comparte la creación con nosotros y debemos ser consecuentes. Pablo, en este pequeño “billete” que escribe, le agradece a la comunidad que ha sabido compartir el evangelio mismo como don recibido. Sabemos, incluso, que ese discípulo Epafrodito se quedará con Pablo un tiempo (entre otras cosas porque enfermó junto al Apóstol) y le ayudará muy eficazmente mientras el apóstol estaba encarcelado.
Evangelio: Mateo (22,1-14): Un banquete para la libertad
III.1.El evangelio del banquete que un rey da por la boda de su hijo es una de las parábolas más sofisticadas del evangelio de Mateo, que marca unas diferencias substanciales con la que nos ofrece Lucas (14,15-24); incluso podríamos hablar de parábolas distintas. Mateo nos habla de un rey, rechazado por los magnates, y tras ser maltratados y asesinados algunos de sus criados, manda atacar y destruir la ciudad. Ahora se debe ir a los cruces de los caminos para instar a los transeúntes a que vengan al banquete. Como es lógico, vinieron toda clase de gentes, buenas y malas. ¿Qué significa, pues, que tras esta invitación tan generosa e informal, el rey venga a la sala del banquete y encuentre a uno que no tiene traje de bodas? Esto cambia el sentido de la interpretación de los vv. 1-10, cuando la sala se llenó de invitados, poniendo de manifiesto que incluso los que no estaban preparados son invitados a un banquete de bodas. Aquí nos encontramos con lo más extraño, quizás lo más importante y original de la parábola de Jesús redactada por Mateo.
III.2. Los vv. 11-14, sobre el traje de bodas, pues, deben ser un añadido independiente. Estaríamos ante una reconstrucción alegorizante para la comunidad de Mateo, que saca unas consecuencias nuevas para los miembros de esa comunidad cristiana tan particular, con objeto de que sepan responder siempre a la llamada que se les ha hecho. Pensemos en la «justicia» de las buenas obras, del compromiso constante, de la perseverancia, a lo que es muy dada la teología del evangelio de Mateo. En todo caso no debemos perder de vista que la parábola la pronunció Jesús para poner de manifiesto la fiesta de la libertad de Dios que llama a todo el que encuentra. Por lo mismo, el significado del traje de boda, añadido posteriormente (quizás se trataba de una parábola independiente), debe estar supeditado al primero, porque no es lógico que los invitados por los caminos estén preparados para una boda. No obstante deberíamos suponer que en la semiótica del vestido con que se quiere generar el texto, todo el mundo, incluso lo más pobres, siempre encuentran unas ropas más decentes para ir a una boda o a un banquete; de lo contrario no tendrían sentido los vv. 11-14. Por eso pensamos con otros intérpretes que se trata de una parábola sobreañadida a la original de los vv. 1-10, que son los coinciden más con Lc 14.
III.3.En todo caso, la parábola es escandalosa, y debe seguir siéndolo en cuanto a los motivos de los que rechazan el banquete, como en la actitud del rey que, en vez de suprimir el banquete, invita a todo el mundo que se encuentre por los caminos: hay que buscar a las personas que no están atadas a nada ni a nadie; son libres. El banquete no es un acto burlesco, sino que Jesús piensa en el festín de la salvación; no en una fiesta de compromiso, sino de libertad. En ese supuesto, hasta el hombre que no lleva vestido de boda, independientemente de la teología de Mateo, habría que entenderlo, hoy y ahora, como que no está allí como los demás, libre para la gracia de Dios. Quien no posea esa actitud, “ese vestido”, estará echando por tierra la fiesta de la libertad y de la gracia.
Reflexión
“El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los invitados” (Mt 22,2-3)
La liturgia de la Palabra, con tono alegre y festivo, nos invita a vivir la experiencia personal y comunitaria que tiene lugar cuando llevamos a cabo lo que el Padre del cielo prepara para toda la humanidad, dado que la invitación, en principio dirigida a los “invitados”, se extiende en realidad “a todo el mundo”, incluyendo a “buenos y malos”.
Esta simple constatación, que se desprende de la página evangélica, reclama una toma de posición por nuestra parte, pues todos, “buenos y malos”, estamos invitados al mismo banquete, sin distinción alguna. Esta invitación general hace recordar las palabras del mismo Jesucristo cuando, dirigiéndose a todos, a la gente y a sus discípulos, decía: «Si alguien quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mc 8,34; Lc 9,23; cf., sin embargo, Mt 16,24).
De esta manera es posible explicitar lo que todos sabemos muy bien, es decir, que la invitación que el Señor dirige a todo el mundo, tras el «niégate a ti mismo», pasa por «tomar la cruz» para así poder ser compañero de viaje del mismo Jesucristo. Considerando la página del Evangelio descubrimos que el viaje que nos ve «compañeros» de Jesucristo, siguiendo sus pasos, nos conduce a todos, buenos y malos, hacia el banquete del reino celestial, del que nos hablan claramente la página del Evangelio y, en perspectiva de futuro, también la primera lectura, que afirma que «el Señor del universo preparará para todos los pueblos un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados».
Es cierto que el texto de Isaías localiza tal acontecimiento en el «monte Sión», en la ciudad santa de Jerusalén. Ahora bien, al lector de Isaías le resulta fácil comprender que se trata de un lenguaje metafórico y que tal «monte Sión» se entiende como la «Jerusalén celestial», que es donde la página del Evangelio concentra nuestra atención, explicitando que se trata del «reino de los cielos».
Las dos etapas, la del seguimiento de Jesucristo después de haber superado la fase del «yo», y la celebración del banquete en el «reino de los cielos», quedan reflejadas muy certeramente en la segunda lectura, tal como nos ofrece el testimonio de san Pablo, escribiendo desde la cárcel, donde carecía de cualquier tipo de comodidad, pero exclamando con sincero convencimiento: «Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación». Así es como el Apóstol proclama con sincero convencimiento su grito de victoria: «Todo lo puedo en aquel que me conforta».
La carta de san Pablo a los Filipenses fue escrita hacia los años 56-57 mientras que la primera lectura de este domingo podría ser fechada en el siglo VI a.C. Unos seiscientos años separan los dos textos: el de Isaías habla de un tiempo futuro, cuando Dios preparará para todos los pueblos «un festín de manjares suculentos»; por su parte, san Pablo ya ha vivido la experiencia de Jesucristo, ha dado el paso del judaísmo al cristianismo, se encuentra encarcelado por su predicación del Evangelio, ha adherido a Jesucristo de manera incondicional y decisiva, pues «sabe de quién se ha fiado» (2 Tm 1,12).
Tengamos en cuenta los pasos que se requieren para llegar al banquete del reino de los cielos. Notemos en primer lugar que la iniciativa no es cosa nuestra sino que proviene de Dios, que es quien anuncia el banquete, el mismo que invita a todos a participar en él. Ante tal invitación ninguna persona debiera sentirse excluida, pues la invitación es incondicional, para “buenos y malos”, es decir, para todos.
Ahora bien, en la página del Evangelio se dice que los convidados no quisieron ir al banquete, alegando “razones personales”, esas que tienen que ver con el propio “yo”. Esta consideración nos permite considerar la posibilidad de comportarnos personalmente como los convidados que rechazaron la invitación, puesto que también nosotros somos muy amigos de sacar a relucir nuestro “yo”, como si fuera el criterio último para decidir nuestro modo de actuar. El ejemplo de san Pablo pone de manifiesto que el Apóstol deja de lado su “yo” para adherir incondicionalmente a Jesucristo, dando la razón de su modo de actuar, sencillamente «porque sabe de quién se ha fiado».
El desaire de los convidados no ha sido razón suficiente para suspender el banquete, y la parábola evangélica cuenta que Dios se sale siempre con la suya, puesto que «la sala se llenó de comensales». Esta es la conclusión de la primera parábola propuesta en la página del Evangelio (Mt 22,1-10).
Como bien sabemos el texto de Mateo relata otra escena que parece continuación de la primera, cuando en realidad, según el criterio de los estudiosos, los versículos 11-14 tendríamos que interpretarlos como otra parábola, tal como afirma la traducción oficial de la Biblia de la Conferencia Episcopal Española (Madrid 2010), que explica en la nota correspondiente: «Se reúnen aquí dos parábolas: la de la invitación a la boda (22,1-10), que contempla el destino del pueblo judío y la del hombre vestido indignamente (22,11-14), dirigida a la comunidad cristiana».
El traje de fiesta y el vestido de boda
Bien se puede preguntar en qué consista «el traje de fiesta» (v. 11) y «el vestido de boda» (v. 12), dicho todo esto desde la perspectiva cristiana, que habitualmente identifica el banquete celestial con la Eucaristía. Así es como «el traje de fiesta» y «el vestido de boda» se suelen identificar con las virtudes propias de la vida cristiana, comenzando por la fe y concluyendo con la caridad, el amor.
Santo Tomás de Aquino falleció el 7 de marzo de 1274. El año anterior, encontrándose en Nápoles, había predicado el contenido del Credo. En dicho comentario se ponen de manifiesto los cuatro bienes que produce la fe, a saber: por la fe se une el alma a Dios (cf. Os 2,20), de manera que «todo lo que no proceda de la fe es pecado» (Rm 14,23). En segundo lugar, por la fe comienza en nosotros la vida eterna (cf. Jn 17,3). En tercer lugar, la fe dirige la vida presente (cf. Hb 2,4, citado en Rm 1,17 y en Gal 3,11). En cuarto lugar, por la fe vencemos las tentaciones (cf. Hb 11,13; 1 P 5,8).
La fe es la puerta de la vida cristiana y la caridad es su culmen, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Pues bien, san Pablo ha sintetizado maravillosamente en qué consista la vida cristiana, con otras palabras, cuál sea «el traje de fiesta» y «el vestido de boda». Todo esto se concretiza en el amor, porque, si no tengo amor no soy nada (cf. 1 Cor 13). La caridad consiste en avanzar por el camino trazado por la fe, que se manifiesta concreta y operante mediante la caridad.
En el tiempo que nos toca vivir hemos de echar mano tanto de la fe como de la caridad, aunando en nuestra vida personal estas dos dimensiones, que son las que nos relacionan decisivamente tanto con Dios-Trinidad como con nuestro prójimo, de manera que todos seamos capaces de vivir la experiencia del «banquete de bodas», al que el Padre del cielo nos invita para celebrar la presencia salvadora de su Hijo Jesucristo, presente realmente en la Eucaristía. (Dominicos)