Domingo 30 de agosto, 2020
Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (20,7-9):
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreir todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 62,2.3-4.5-6.8-9
R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.R/.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R/.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (12,1-2):
Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Palabra de Dios
Evangelio del domingo
Lectura del santo evangelio según san Mateo (16,21-27):
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Palabra del Señor
Comentario Bíblico
Iª Lectura: Jeremías (20,7-9): la seducción de Dios
I.1. La Iª Lectura de este domingo es la última y más famosa «confesión» del profeta Jeremías. Los textos de las «confesiones» son verdaderamente reveladores de unas experiencias proféticas que determinan la psicología del hombre de Dios, que escucha la palabra en su interior y no puede resistirse a callar (el conjunto de las mismas es éste: Jr 11,18-23; 12,1-5; 15,10-21; 17,14-18; 18,18-23; 20,10-13.14-18). ¿Son palabra de Dios o sedimentación de un diálogo radical entre el profeta y Dios? Mucho se ha discutido sobre ello. Pero en el texto de nuestra lectura aparece la actitud provocativa de Dios que no le deja al profeta posibilidad de elegir: como una mujer violada por el que es más fuerte. Uno de los verbos más famosos del lenguaje profético «seducir» (patáh) está presente en esta confesión, que en el fondo, es un canto de amor inigualable a la «palabra de Dios». El profeta, confiesa, que él se dejó seducir.
I.2. ¿Es Dios un seductor de personas? No olvidemos que los seducidos son siempre enamorados, apasionados, fascinados. Todo esto sucede en la mente y en el corazón del profeta. En realidad, el profeta siente así a Dios: no puede resistirse. Pero por mucho que quisiera hablar de Dios, de su proyecto, de sus planes, el pueblo busca otros dioses y otros señores. En realidad es el profeta quien quiere seducir al pueblo con su Dios. El es el que lo tiene que vivir primeramente en su corazón y anunciarlo al pueblo; y no siempre es posible que lo entiendan y que lo acepten. La «palabra de Yahvé» lo ha herido, lo ha fecundado como a una madre y ya no puede olvidar el mensaje de Dios, el juicio radical, pero especialmente el amor que Dios tiene al pueblo.
I.3. Jeremías analiza aquí las consecuencias de su vocación: el profeta no tiene esa vocación por capricho, porque le guste, sino porque Dios se lo pide. Y el mensaje del profeta, que tiene que ver mucho con su vocación, no agrada a los que buscan otros dioses y otros señores más caprichosos. Dios, que aparentemente calla, es como un fuego devorador que inunda todo su ser. Es, desde luego, una experiencia psicológica, pero intensamente espiritual. Y así se fragua verdaderamente la «pasión» del profeta. Está herido de amor, seducido y quiere que todos sientan lo que él siente; pero es imposible. Los otros no se dejan vencer por el amor divino: quieren otras cosas, otros dioses, otras inmediateces. Por ello, pues, no matemos a los profetas que nos son enviados.
IIª Lectura: Romanos (12,1-2):El discernimiento cristiano
II.1. El apóstol Pablo, ahora, comienza lo que se llama la parte parenética (de praxis) de la carta a los Romanos, aquello que afecta al comportamiento de la vida cristiana, después de haber planteado a la comunidad de Roma la alta teología del la justificación, de la redención, de la gracia, del bautismo y de los dones espirituales. Esta exhortación se apoya en la misericordia de Dios (en este caso se usa el sustantivo oiktirmos), porque en toda la carta y especialmente en los cc. 9-11 se ha querido plantear la salvación de todos los hombres desde la misericordia divina. Dios no tiene otra razón para salvar a la humanidad que sus entrañas de misericordia. De la misma manera, las interpelaciones a la actuación cristiana están motivadas en que Dios ha sido y es misericordioso con nosotros.
II.2. Pide, primeramente, que dediquemos nuestra vida a Dios como ofrenda y sacrificio: ese debe ser el verdadero culto. Pide discernimiento en medio de este mundo. El cristiano debe vivir en este mundo y debe amarlo, porque es obra de Dios; pero debe tener la capacidad de discernimiento, que es algo interior, para no acomodarse a este mundo en lo que podamos encontrar de perverso e inhumano. Debemos actuar siempre, pues, tratando de discernir la voluntad de Dios. Cada uno desde su oficio, desde su misión en la vida, tiene que elegir los compromisos cristianos que revelan la voluntad de Dios. Ese es el verdadero culto que califica como razonable (logikos).
II.3. Se ha discutido mucho por qué Pablo ha usado este adjetivo, y no, en su caso, «espiritual» que sería más adecuado. Desde luego, el culto divino debe ser razonable, no ciego; ni puro sentimentalismo, ni demasiado estético: debe proceder de lo más valioso del hombre que es su inteligencia. Porque a veces los cultos, en el ámbito de lo religioso-popular, pueden tener mucho de irracional. El culto a Dios debe estar enraizado en una vida con sentido, hasta el punto de que eso es lo que debe transformar el mundo y la historia. Por tanto, el culto no aparece aquí simplemente como «adoración», ya que Dios no la necesita como la necesitan los «dioses» que no son nada. Pablo es sumamente razonable en su propuesta. El culto verdadero es hacer presente la voluntad de Dios, y la voluntad de Dios es la felicidad de la humanidad.
Evangelio: Mateo (16,21-27): El seguimiento liberador de Jesús
III.1. El evangelio de hoy, de Mateo, es la continuación de lo que se nos narraba el domingo pasado sobre la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo. Las cosas cambian mucho desde aquella confesión de fe, aunque el texto del evangelio las presenta sin solución de continuidad. Jesús comienza a anunciar lo que le lleva a Jerusalén y la previsión de lo que allí ha de suceder, como le había sucedido a todos los profetas; como Jeremías, estaba decidido a proclamar la Palabra de Dios por encima de todas las cosas. Jesús ve claro, porque a un profeta como él no se le escapa nada, aunque la formulación de este anuncio de su pasión se haya formulado así, después de los acontecimientos.
III.2. Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. Entonces recibe de Jesús uno de los reproches más duros que hay en el evangelio: el Señor quiere decirle que tiene la misma mentalidad de los hombres, de la teología de siempre, pero no piensa como Dios. Y entonces Jesús mirando a los que le siguen les habla de la cruz, de nuestra propia cruz, la de nuestra vida, la de nuestras miserias, que debemos saber llevarla, como él lleva su cruz de ser profeta del Reino hasta las última consecuencias. No es una llamada al sufrimiento ciego, sino al seguimiento verdadero, el que da identidad a los que no se acomodan a los criterios de este mundo.
III.3.Pedro quiere corregir al profeta con un mesianismo fácil, nacionalista, tradicional, religiosamente cómodo. Y Jesús le exige que se comporte como verdadero discípulo. La expresión «detrás -opísô- de mí, Satanás», (vendría a significa algo así como: “no estés detrás de mi como Satanás”) es decir, que no lleve la iniciativa de su vida. Es una expresión que se puede traducir con toda la energía de un rechazo: “¡Vete! y no vengas conmigo como si fueras Satanás”; “¡quítate de mi vista!”.Pero también ven algunos que el rechazo de Pedro “vete de mi vista” (hýpage: expresión semejante a la de las tentaciones Mt 4,10), estaría “compensado” en este texto con una invitación a ir detrás, a seguirle (el opísô moû). En la mentalidad de la época Satanás representa lo contrario del proyecto de Dios, el Reino, predicado por Jesús, que es, a su vez, causa de su vida y de su entrega.
III.4. Jesús, en nombre de Dios, quiere llevar la iniciativa de su vida, de su entrega y caminar hasta Jerusalén. Y eso es lo que pide también a sus discípulos: seguirle y que tomen la iniciativa de su propia vida (el texto dice, con razón, «su cruz»). No es la cruz de Jesús la que hay que llevar, sino nuestra propia cruz. Jesús está decidido a llevar la “cruz” del Reino de Dios como causa liberadora para el mundo. Pedro, y todos nosotros, estamos invitados a asumir “nuestra cruz” en este proceso de identificación con la vida y la causa de Jesús. El reproche a Pedro, como si sus ideas fueran las de Satanás, se explicitan en la expresión dialéctica “las cosas de Dios versus las cosas de los hombres” (tà toû theoû allà tà tôn anthôpôn). Porque Pedro, al rechazar la “pasión” de quien consideraba el Mesías, estaba mostrando los mismos intereses nacionalistas de la religiosidad judía de la época (esas son las ideas de los hombres). La cruz de Jesús era llevar a cabo la voluntad de Dios con todas sus consecuencias (esas son las cosas de Dios en el texto).
III.5.La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible. La cruz es signo de lo ignominioso y de crueldad para los hombres. Pero desde una perspectiva de “martirio”, de radicalidad y de consecuencia de vida, la cruz es el signo de la libertad suprema. Lo fue para Jesús en su causa de Dios y de su Reino y los es para el cristiano en su opción evangélica y sus consecuencias de vida. Y muchas veces, nuestra vida, es una cruz, sin duda. Pero se ha de aseverar con firmeza que la vida cristiana no es estar llamados a «sacrificarse» tal como se entiende ordinariamente, sino a ser felices en nuestra propia vida, que es un don de Dios y como tal hay que aceptarla. Y si en esa vida no es oro todo lo que reluce, también hay que amarla y transformarla con decisión profética. No basta con afirmar que el discípulo está llamado a sacrificarse y martirizarse como ideal supremo, porque tampoco Jesús deseó y buscó su muerte en la cruz que le dieron, sino que le vino como consecuencia de una vida radicalmente de amor y de entrega a los demás. Pues de la misma manera deben ser sus discípulos. El ideal supremo es amar la vida como don de Dios y llevarla a plenitud. Pero por medio “está siempre Satanás” (expresión mítica, sin duda) que nos aleja del don de la vida verdadera.
Pautas para la homilia
Ponte detrás de mí, Satanás
Esta llamada de atención de Jesús sigue siendo de actualidad para todos sus seguidores en cualquier lugar y momento de su vida. Acabamos de rubricar en la celebración del domingo anterior las palabras de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” y, sin embargo, la voz increpante de Jesús sigue resonando con fuerza en nuestros oídos: “¡Ponte detrás de mí, Satanás!”; asume y acoge tu condición de discípulo; no me sigas tentando como el Maligno.
En momentos de prueba y de aprieto, cuando irrumpe la adversidad y se hace la vida cuesta arriba, renunciamos con facilidad a la confesión de fe que habían profesado alegremente nuestros labios. Son situaciones que nos delatan la práctica religiosa, rutinaria y cómoda, a la que podemos estar acostumbrados. Que muestran a las claras la incongruencia personal de una fe endeble, por lo general bastante superficial y egoísta, incapaz de acoger con entereza los contratiempos inherentes al mensaje evangélico de la cruz. Nos convertimos de esta manera en destinatarios directos del duro reproche dirigido por Jesús a Pedro, cuya reacción recriminatoria, más bien inconsciente y narcisista, se interponía sin el menor rubor en el camino de su Maestro entorpeciendo y hasta contrariando su llamada radical al seguimiento.
En proceso permanente de conversión
El comienzo del relato evangélico de hoy remite curiosamente a la misma frase utilizada por el evangelista al presentar el inicio de la predicación de Jesús en Cafarnaúm, poco antes de la elección de los discípulos para acompañarle en su misión: “Desde entonces comenzó Jesús…” (4,17). Eran muchos los días y las noches compartidas con él desde “aquel entonces”, cuando Jesús presentaba novedosamente su programa de vida: “Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos”. ¿No fueron ellos los primeros en acogerlo? ¿Habían comprendido realmente lo que Jesús quería y esperaba de ellos?
Ahora retoma san Mateo el recuerdo de aquella primera llamada: “desde entonces comenzó Jesús” para manifestarles la nueva situación, cómo habían tramado las autoridades civiles y religiosas de Jerusalén para acabar con su vida. Obediente a la voluntad del Padre, en quien confiaba plenamente como valedor de su proyecto de vida, afrontaba Jesús de forma decidida y responsable su papel en el plan salvífico de Dios. ¿No era también el momento oportuno para presentar claramente a sus seguidores más fieles cuáles eran las condiciones para seguirle hasta el final? “Si alguien quiere venir en pos de mí…”. En lugar de ser piedra de escándalo, estaban llamados a asumir con entereza el “escándalo de la cruz” (1 Cor 1,23). No había sido otra la razón de su elección como testigos del Reino que ya estaba operando en su persona.
Comenzaba así para ellos una etapa nueva y decisiva en su aprendizaje discipular. ¿Cómo resonaban ahora en sus oídos aquellas palabras? ¿No defraudaban todas sus expectativas? ¿No echaban por tierra el entusiasmo e ilusión con que se habían acogido a su persona? ¿Seguían dispuestos a acompañarle? Después de todo, no era otro el camino de la fe seguido por muchos de sus antepasados. El pequeño fragmento de las así llamadas “Confesiones” del profeta Jeremías constituye en este sentido una pequeña muestra de esa alargada nube de testigos. ¿Cuál es el trasfondo vital que trasluce su predicación? Jeremías hubo de violentar su temperamento natural para ser fiel a su ministerio; se quejaba por ello amargamente de tener que predicar lo que no le gustaba: “destruir para edificar” (1,10), anunciar la inesperada deportación de su pueblo al destierro, ser el “hazmerreír” de todos… Y, sin embargo, no lograba apagar en sus entrañas el fuego ardiente de la Palabra de Dios. Esa fue la verdadera y permanente conversión que le pedía su misión profética.
Aprendizaje y discernimiento cristiano
El camino de Jesús, como el del profeta, es el que espera también a sus discípulos. De ahí el paciente y sinuoso camino de aprendizaje que hubo de compartir con ellos para ir discerniendo y valorando sus motivaciones y actitudes más personales. Eran vulnerables y les aguardaban duras pruebas, momentos delicados de desorientación y de crisis. Iban a necesitar de apoyo, pero también de su implicación y fortaleza de ánimo para no desdecirse de su vocación apostólica.
La dinámica de la fe, si quiere madurar, requiere un largo recorrido de sincera introspección y lúcido discernimiento. No basta con dejar pasar el tiempo, ha de ir acompañada de reflexión e interiorización personal. Es Pablo, el gran Apóstol, quien nos deja en la segunda lectura las pautas a seguir: “no os acomodéis a los criterios del mundo presente; distinguid más bien cuál es la voluntad de Dios: lo justo, lo agradable, lo perfecto”.
Volviendo a nuestra vida: ¿tiempos de crisis, acentuada por la pandemia?; ¿tiempos propicios para aprender a discernir y redimensionar los auténticos valores del Reino de Dios?; ¿tiempo oportuno para tomarnos el pulso y dar un salto cualitativo en el aprendizaje de la fe? (Dominicos)