Primera lectura
En aquellos días, Amalec vino y atacó a Israel en Refidín. Moises dijo a Josué:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Palabra de Dios
Salmo
R/. Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
V/. Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R/.
V/. No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R/.
V/. El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R/.
V/. El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R/.
Segunda lectura
QUERIDO hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a muertos, por su manifestación y por su reino:
proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina.
Palabra de Dios
Evangelio del domingo
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor
Comentario Bíblico
La perseverancia en la oración mantiene la fe en el mundo
Iª Lectura: Éxodo (17,8-13): la victoria no está en las armas, sino en Dios
I.1. Esta lectura puede resultar demasiado extraña para los tiempos que vivimos. La historia, en este caso, salta por los aires en cuanto que la victoria del pueblo en el desierto, contra las tribus beduinas de los amalequitas, depende de un gesto casi mágico en que el caudillo Moisés levantaba su brazo bendiciendo sus tropas para que la consigan. Sabemos que Dios no entregó la tierra prometida a Israel de esa manera, sería absurdo. Pero las leyendas y los mitos se fundamentan en algo extraño o extraordinario que sucede de vez en cuando. Israel no hace simplemente historia, sino historia sagrada, y en ésta el protagonista principal es Dios.
I.2. Nuestra visión, pues, de estos acontecimientos no debe ser fundamentalista, como puede dar a entender el texto de la Escritura. Lo que se quiere resaltar es que los objetivos del pueblo de la Alianza no se consiguen con la fuerza, las armas y la guerra. Aquí sí que deberíamos escuchar la Escritura con reverencia. A veces la victoria y la salida de lo imposible dependen de valores de confianza en el bien y en Dios. Es verdad que se trata de un texto a purificar en lo que se refiere a la unión entre religión y guerra; pero también es verdad que es una tradición en la que se pone de manifiesto que si el pueblo no hubiera contado con Dios, en su paso por el desierto, nunca habría llegado a la tierra prometida.
IIª Lectura: IIª Timoteo (3,14-4,2): El Espíritu inspira nuestra vida
II.1. Este es un texto bien explícito que muestra una de las afirmaciones más importantes en lo que se refiere a la Sagrada Escritura. Es un texto clásico que siempre se ha tenido en cuenta para hablar de la “inspiración divina” de la Biblia, de las Escrituras. Esto es verdad, tanto para los judíos como para los cristianos. Pero volviendo sobre el fundamentalismo, esa inspiración no se entiende como si Dios o el Espíritu hubieran “dictado” el texto. Se trata del resultado de unas experiencias religiosas, personales o comunitarias, que se han plasmado en la Biblia. Conviene que tengamos una idea lógica y moderna de la inspiración, sin negar algo fundamental: la inspiración de Dios se hace en la vida y en la historia de los hombres o de las comunidades y ellos las plasman en su texto. Ahí es donde Dios, por el Espíritu, actúa. No en pergaminos o pellejos muertos, aunque esos libros merecen respeto.
II.2. Esas experiencias de inspiración divina se han vivido en la historia del pueblo de Israel y de las comunidades cristianas primitivas. El autor de la carta a Timoteo (que según la tradición es Pablo, aunque hoy ya no hay ninguna razón para unir inspiración y autenticidad de un texto) exhorta para que al leer las Escrituras se vea en ellas la mano de Dios con objeto de exhortar, educar y conducir a la salvación que nos ha manifestado Jesucristo. Esta exhortación de la epístola de hoy es una llamada para que todos los predicadores, catequistas y educadores cristianos tengan como base de su acción y compromiso la Sagrada Escritura.
Evangelio: Lucas (18,1-8): Dios sí escucha a los desvalidos
III.1. El evangelio de Lucas sigue mostrando su sensibilidad con los problemas de los pobres y los sencillos. En el Antiguo Testamento, las historias entre jueces y viudas, especialmente en los planteamientos de los profetas, se multiplican incesantemente. Son bien conocidos los jueces injustos y las viudas desvalidas (Am 5,7.10-13; Is 1,23; 5,7-23; Jer 5,28; Is 1,17; Jer 22,3). El mismo Lucas es el evangelista que más se ha permitido hablar de mujeres viudas en su evangelio (Lc 2,36-38;4,25-26;7,11-17;20,47; 21,1-4). En lo que se refiere a la parábola que nos propone, no hay por qué pensar que se tratara de una viuda vieja. Eran muchas las que se quedaban solas en edad muy joven. Su futuro, pues, lo debían resolver luchando. Si a ello añadimos que la mujer no tenía posibilidades en aquella sociedad judía, entenderemos mejor los propósitos de Lucas, que es el evangelista que mejor ha plasmado el papel de la mujer en la vida de la comunidad cristiana primitiva y de la misma sociedad.
III.2. Nos podemos preguntar: ¿quién es más importante aquí, el juez o la viuda? Por una parte la mujer que no se atemoriza e insiste para que se le haga justicia. Pero también es verdad que este juez, a diferencia de los que se presentan en el Antiguo Testamento, llega a convencerse que esta mujer, con su insistencia, puede llegar a hacerle la vida muy incómoda o casi imposible. Lo hace desde sus armas: su palabra y su constancia o perseverancia; no usa métodos violentos, pero sí convicción de que tiene derechos a los que no puede renunciar. Por eso al final, sin convencimiento personal, el juez decide hacerle justicia. La comparación es más o menos como en la parábola del amigo inoportuno de medianoche (Lc 11, 5-8): la perseverancia puede conseguir lo que parece imposible. Pero si eso lo hacen los hombres injustos, como el juez, ¿qué no hará Dios, el más justo de todos los seres, cuando se pide con perseverancia? Es esa perseverancia lo que mantiene la fe en este mundo hasta que sea consumada la historia.
III.3. Lo que busca la parábola, pues, es comparar al juez con Dios. El juez, en este caso, no representa simbólicamente a Dios, sería absurdo. Pero es de Dios de quien se quiere hablar como co-protagonista con la viuda. Indirectamente se hace una crítica de los que tienen en sus manos las leyes y las ponen al amparo de los poderosos e insaciables. De esto sabe mucho la historia. Dios, a diferencia del juez, es más padre que otra cosa; no tiene oficio de juez, ni ha estudiado una carrera, ni tiene unas leyes que cumplir a rajatabla. Dios es juez, si queremos, de nombre, pero es padre y tiene corazón. De esa manera se entiende que reaccionará de otra forma, más sensible a la actitud de confianza y perseverancia de los que le piden, y especialmente de los que han sido desposeídos de su dignidad, de su verdad y de su felicidad.
III.4. ¿Tiene que ver algo en este texto el tema de la plegaria, de la oración perseverante? Todo depende del tipo de lectura que se haga y habrá variantes de ello. La verdad es que no podemos reducir el texto y la parábola a una cuestión reivindicativa de justicia. El final del texto es sintomático: “Dios hará prontamente justicia a los que le piden” (v.8). Dios no dilatará el concedernos lo que le pedimos, Dios sí tendrá el corazón abierto a ello. Es una parábola para inculcar la “confianza” en Dios más que en los hombres y sus leyes. ¿Se puede ir por el mundo con esa confianza en Dios? ¡Claro que sí! La respuesta debemos ofrecerla desde nuestra experiencia personal, desde nuestra experiencia cristiana. Y tendrá pleno sentido esta acción de Dios frente a muchas situaciones que debemos vivir en la más íntimo, sabiendo que mientras otros nos despojan de nuestra justicia, de nuestra dignidad y de nuestros derechos, Dios está con nosotros. A muchos es posible que no les valga esta experiencia personal en la que Dios “nos hace justicia”, pero en otros muchos casos será una victoria interior y dinámica de la verdad que buscamos.
Pautas para la homilia
Dios no es un juez sobornable como el de la parábola
Hay un tema básico en esta palabra de Dios y la expresa nítidamente el evangelista al comienzo de su relato: tenemos que orar siempre sin desanimarnos y con férrea perseverancia. Lo demás es una parábola para rememorar esta norma. Y la amonestación a la perseverante oración deriva de que la oración es el ejercicio físico para mantener viva la esperanza de nuestra vida. La oración fluye espontáneamente de nuestra fe en un Dios creador y padre nuestro y confiesa espontáneamente nuestra dependencia y sujeción a un Dios que es padre nuestro. Orar es vivir en comunión diaria con quien se lo debemos todo y, al mismo tiempo, confesar nuestra identidad vivida en cada acto de nuestra vida. Es algo así como sentirse en la familia de Dios Trino y dejar que nuestra existencia lo perciba y experimente en cada instante. De ahí que invitar a orar sin cesar es invitar a vivir en comunión. Y perseverar en esa vida sin desanimarse, sin aflojar, sin distraerse, porque hablamos de una vida que solo en Dios tiene razón de ser (“Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”, Mt 7,7, se nos amonesta en otro lugar). Por ello la fe ora confiadamente y espera también con firmeza. El desanimarse o ceder en la oración es lo mismo que decaer en nuestra fe y desanimarse en la esperanza.
Y sin embargo cabe sucumbir a la tentación de no perseverancia en la oración. Cabe, en efecto, el berrinche del niño en familia que no obtiene las cosas que desea o en el tiempo que él desearía. Y esto sí es posible y de ahí que la oración del cristiano pueda ser tentada de cansancio o dejación porque las cosas que desearía no se le conceden el tiempo y en la forma y medida que a él le gustaría. Pero eso ya es una falta de fe, que confiesa a Dios como creador y Padre Todopoderoso e intenta sustituirlo por sus veleidades, y también de esperanza, que es camino seguro para alcanzar e identificase con la voluntad de Dios mientras que el orante quisiera que fuera identificación con su persona humana, es decir, no es la esperanza teologal sino esperanza en una criatura humana por alcanzar sus gustos.
Tiene menor importancia la parábola del juez con la que el evangelio ilustra la norma de la perseverancia. Pudiera alguien pensar, por ejemplo, que Dios es un juez perverso como el juez que relata el evangelio y que solo nos atiende para que el orante “deje de importunarnos” o podría alguien imaginarse a un Dios repantingado en el cielo y deseoso de que nadie le moleste intempestivamente con ruegos inoportunos y que concede las cosas solo por liberarse de ese fastidio, como parece ser la conducta del juez de la parábola. Nada de eso. La oración es una charla íntima con un padre que nos habla, nos atiende y comprende nuestras más corrientes necesidades. Dios está esperando nuestra oración como el amante espera la contestación afectiva del amado. Y cuanto más rezamos más inclinamos hacia nosotros el amor y la gracia de quien se ha proclamado padre amantísimo de todo el que reza confiadamente.
Dejar de orar es perder calidad espiritual y arruinar toda esperanza
La plegaria es el alimento de toda fe y echar el ancla de nuestra esperanza vital. Por ello si remite nuestra oración remiten también los grandes ideales de nuestra vida cristiana como son el ideal de evangelizar los pueblos (“proclama la palabra e insiste a tiempo y destiempo”: 2 Tim 3,14-4,2; II lectura de hoy), el secundar la vocación a los estados de vida cristiana, el contribuir a la paz entre los pueblos, el remediar las necesidades físicas de tantos seres humanos.
Escenificación de la permanencia en la oración
Las lecturas de hoy nos proporcionan una imagen significativa de esa perseverancia en la oración. Es la escena que hemos oído en la primera lectura. Moisés ascendió a la suma del monte para orar a Dios por la victoria de los israelitas contra los amalectitas que les impedían el paso a la tierra prometida. Y fue tan perseverante la oración de Moisés con los brazos en alto que se le llegaron a cansar sus brazos y los que estaban con él le pusieron una piedra para que se sentara y le ayudaron a mantener los brazos en alto. Y así permaneció el final de l día en que los israelitas obtuvieron de Dios el triunfo sobre los enemigos. No bajó los brazos de la oración y perseveró largo tiempo en la súplica a Dios. Mantener siempre los brazos alzados en oración hasta quedar exhausto es la mejor escenificación de lo que es perseverancia en nuestra oración.