Análisis socio-teológico de la desaparición forzada en Colombia
Introducción
Este ensayo se propone hacer un análisis socio-teológico del fenómeno de los desaparecidos en Colombia, y, sobre todo, de la búsqueda de las mujeres que los aman, en ellas se ve la imagen de Dios y ellas tienen mucho que decir a la Iglesia para que pueda llevar a cabalidad su misión en el país. Un primer aparte de este trabajo ofrece los datos y un sumario de la realidad de los desaparecidos; después se evidencia el rol de las mujeres que, sin rendirse a la muerte, salen a buscar a los suyos. En la última parte, a la luz de las Escrituras, se identifica en estas mujeres la imagen de Dios que nos mostró Jesús; se toma consciencia de lo valioso del discernimiento de estas mujeres para las situaciones que vivimos; y, finalmente, identificando a las víctimas de desaparición con Jesús, el cordero degollado del Apocalipsis se ve como éstos son los que tienen las claves de la historia y de la salvación.
- El fenómeno de la desaparición forzada en Colombia
La desaparición de las personas es una realidad en el conflicto armado colombiano. Las cifras son muy dicientes, según datos de la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas[1], el número de las víctimas de este fenómeno llega a 120,000 (UBPD, 2020). Esta cifra, sin embargo, no es siempre aceptada y hay algunos organismos estatales y partidos políticos que la reducen y hasta la niegan. Las víctimas de la desaparición sufren a manos de diversos agentes: son detenidas por la fuerza pública; secuestradas por los grupos al margen de la ley, guerrillas y paramilitares; reclutadas ilícitamente por los grupos armados; son también combatientes de las fuerzas armadas, de las guerrillas, de los paramilitares, desaparecidos en la guerra (Comisión de la Verdad, 2019, pág. 5).
Las investigaciones y los testimonios explican la desaparición y establecen que obedece a varias causas: es un castigo impuesto por los grupos armados a las personas que los denuncian y resisten al orden que arbitrariamente quieren imponer en los territorios; es una estrategia de ocultamiento para no dejar ver la magnitud de la violencia, no dejar huellas y, sobre todo en los casos de ilegalidad en complicidad con el estado, para que las cifras de las estadísticas de muertos no cuestionen la eficiencia de la fuerza pública; la desaparición es también un mecanismo de control usado por los violentos para suscitar miedo en los territorios y someter a la población bajo su yugo. Así pues, las personas, casi todas asesinadas, desaparecen botadas en los ríos, inhumadas en fosas comunes, enterrados con la sigla de N.N, desechados en los basureros, hechos ceniza en hornos crematorios, descuartizados en “casas de pique”[2]; diluidos o totalmente desfigurados por sustancias químicas (Comisión de la Verdad, 2019, pág. 7).
La desaparición, como se puede ver bien en el informe ¡Basta ya! del Grupo de Memoria Histórica, sobre la violencia en Colombia, ha sido cubierta y propiciada por políticas de estado. Es notorio, en este sentido, el Estatuto de Seguridad Nacional, decretado durante la presidencia de Julio César Turbay Ayala (1978-1982) y que daba amplias concesiones a la fuerza pública para detener arbitrariamente, para torturar, lesionar derechos y en definitiva para desaparecer a los opositores considerados como “enemigo interno”. También la política de “Seguridad Democrática” durante los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), dio lugar al triste fenómeno de “Falsos Positivos” que consiste en la desaparición forzada de jóvenes marginados presentados como guerrilleros dados de baja en combate (GMH, 2013, pág. 57), solo en este periodo, y según datos de la JEP, las víctimas de tipo de desaparición fueron 6,402 (Auto 033 de 2021).
En los últimos días, previos a este ensayo, Colombia se ha visto en la turbulencia del paro nacional; miles de personas, especialmente jóvenes, han salido a las calles y es que la presión de este país, uno de los que más dejan ver la inequidad de Latinoamérica, ha explotado. Preocupa que esas manifestaciones hayan sido estigmatizadas de criminales y que, en las mismas lógicas del Estatuto de Seguridad Nacional y de Seguridad Democrática, un buen número de manifestantes estén ahora desaparecidos. Según investigaciones conjuntas de Indepaz[3] y de la ONG Temblores, la cifra de estos, desde el 28 de abril que comenzaron las marchas hasta hoy, 6 de junio, es de 346 víctimas (Derecho de Petición de Indepaz sobre acciones de Fiscalía y Defensoría por los desaparecidos en el marco del paro nacional, 2021).
Como bien se puede observar, no solo la desaparición de las personas sino también su lógica han estado y siguen estando presentes en Colombia, basta pensar que el estado ha fatigado a reconocer el fenómeno y apenas pudo, forzado también por tratados internacionales, tipificarlo como delito en la Ley 589 del 2000 (GMH, 2013, pág. 58) y que todavía es un fenómeno que fácilmente encuentra negacionistas, que dicen que esto realmente no ha pasado, o que se justifica estigmatizando a las víctimas y diciendo que si desaparecieron es porque algo malo estarían haciendo y que fue que ellos se la buscaron (Comisión de la Verdad, 2019, pág. 9).
- Las mujeres buscadoras
La otra parte de esta historia dolorosa de la desaparición forzada de tantas personas, de los cuales el 88, 04% son hombres (Colombia en Transición, 2021), es la búsqueda “insistente, persistente e incómoda” (CNMH, 2017), de las mujeres: de muchas mamás, esposas, compañeras, hermanas, amigas que no se han rendido al dolor y al miedo y han salido de sus casas y cotidianidad para dar con el paradero de los suyos, para saber la verdad y recuperar, no sólo los restos y despojos de los seres queridos, sino sobre todo su dignidad. Las mujeres, que surgen de la tragedia de la guerra como el ave fénix, que llevan hasta 30 y 40 años indagando el paradero y la verdad de los suyos, sin desistir y contra los imposibles, son el rostro de la búsqueda de los 120,000 desaparecidos de Colombia (Colombia 2020, 2019). Ha sido muy acertado el hecho de que la responsable de la UBPD sea una mujer, Luz Marina Monzón Cifuentes; junto a ella hay infinidad de mujeres que antes y después del Acuerdo de Paz han dedicado sus vidas para encontrar a los que no han regresado; mencionamos sólo algunas de estas expresiones: Asociación de Madres de la Candelaria, Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo (AFAVIT), Asociación de Mujeres Victimas de Desaparición Forzada en Nariño (AMVIDENAR), Madres de Falsos Positivos de Colombia, Cantoras “Esperanza y Paz” de Tumaco…etc.
Una canción a la Virgen María, muy querida por la religiosidad popular, dice así a la madre de Jesús: “…al rezarte puedo comprender que una madre no se cansa de esperar”. Estas palabras se prueban ciertas en el fenómeno de la desaparición, las mujeres nunca se cansan de esperar y buscar, así lo explicaba Fabiola Lalinde, una mujer que por muchos años buscó hasta encontrar a su hijo Fernando y que se inspiró en el cirirí[4], ese pequeño pájaro que al ver sus crías arrebatadas por el gavilán no cesa de hostigar hasta arrancar su polluelo de las garras del más grande: “mi padre se burlaba de mí y decía que yo era como un cirirí, muy insistente y persistente. El cirirí, es un ave pequeña que persigue a los gavilanes que se llevan los pollitos y pichones, con gran insistencia, y persistencia hasta cuando les toca soltarlos…” Y así fue como surgió el nombre de su búsqueda – “se va a llamar- sigue diciendo doña Fabiola, operación cirirí, y lo voy a buscar toda la vida, aunque no lo encuentre”- (CNMH, 2017).
Pastora Mira García, lideresa de San Carlos, uno de los municipios colombianos más flagelados por los violentos de todos los grupos armados, y cuya hija fue también desaparecida, dice que, en todos esos años, fueron siete hasta encontrar los restos de su hija Sandra, “Lo único que quería era que me entregaran los huesitos, que me dijeran dónde la habían tirado” (GMH, 2013, pág. 291). Y es que encontrar a los seres queridos, “al menos un huesito”, es encontrar también su dignidad arrebatada; otra mujer buscadora, confrontando al que desapareció a su papá, explica porque se mantiene en la búsqueda: “¿Quién le dijo a usted que yo estoy aquí por 20 millones de pesos…Yo estoy aquí porque mi padre no fue un guerrillero, era un campesino trabajador y de la dignidad de él hoy no se sabe” (GMH, 2013, pág. 292). También Fabiola Lalinde se obstina en la búsqueda de su hijo y esto porque se da cuenta que el responsable de su desaparición, el ejército colombiano, había cambiado en sus archivos el nombre de Luis Fernando y hablaba de un “alias Jacinto”: la señora quería recuperar el nombre real de su hijo, quien tenía que pasar a la historia no con un alias ignominioso que lo dejaba en el anonimato, sino con el nombre que su amor de madre le había dado al nacer y al bautizarlo.
Es impresionante también constatar la fe de estas mujeres y es que, oyendo sus testimonios, se ve a las claras que no son, como cualquiera se las podría imaginar, “damas luctuosas”; por el contrario, son mujeres en las que así con su tristeza se muestra también y sobre todo la alegría. Esta nota es característica de todas y son las Mujeres Cantoras y Buscadoras de Tumaco las que pueden confirmar esta observación. Ellas, de la Costa Pacífica y casi todas afrocolombianas, no van vestidas de negro y sí con turbantes y prendas de muchos colores y su búsqueda es cantar y cantar; el duelo no les quiebra la voz y así lo corrobora Nury Cabezas, una de las líderesas del grupo: “Detrás de estos cantos hay llanto y sufrimiento. Y en las canciones, lo que viene es un descanso, un desahogo. Durante el canto no olvidan el duelo, sino que lo transforman y se sienten tranquilas; es un momento sanador y reconfortante. Yo soy afortunada de vivir esos momentos con ellas, es maravilloso ver cómo del llanto surge algo melodioso” (Comisión de la Verdad, 2020). Estas mujeres, como todas las otras, repiten siempre en sus plantones y manifestaciones “Vivos los queremos porque vivos se los llevaron” (GMH, 2013, pág. 391) y es que saben en su fe que, aunque hayan asesinado a los suyos, su búsqueda no terminará en modo alguno hallando a muertos, sino a vivos y es por eso por lo que pueden cantar. Esa misma fe se expresaba bellamente en la vida y muerte de María Rina Ospina, una mujer negra que murió buscando y que creyó hasta al final y así en sus últimas palabras invitaba a sus amigas cantoras y buscadoras a cantar en su velorio y su funeral, que en esa hora “no quería llanto sino canto” (UBPD, 2020). Para estas mujeres pues, los suyos no están muertos, están vivos, y es que el amor no deja morir a nadie, así lo maten los violentos, y es por esto por lo que ellas hablan de los suyos como de “los que viven”; para ilustrar lo anterior, está la siguiente afirmación de una mujer que habla de las víctimas que los verdugos arrojaban a los ríos: “no sabemos cuántas personas más echaron al rio, por eso decimos los que viven en el río”. Masacre del Tigre, (GMH, 2013, pág. 62)
- El Evangelio según las buscadoras de los desaparecidos
Es indudable que a estas mujeres las mueve la fe en Dios y en la vida y que ellas están llenas de Evangelio, de buenas noticias, que los creyentes y la Iglesia ha de recoger y vivir. Aquí la última palabra no ha sido ni es la desesperación, acercarse a estas mujeres que buscan es sobre todo fuente de certeza y sin su testimonio la comunidad cristiana se quedaría con un Dios y un evangelio sobre las nubes y no se tendría la luz para apurar el reino y el proyecto de Jesús en las circunstancias de conflicto e implementación del acuerdo de paz que, simultáneamente, vive Colombia.
- Dios se parece a una mujer buscadora
En el evangelio de Lucas (Lc 10,8-10) encontramos que Jesús, hablando de Dios, dice que éste se parece a una mujer a la que se le pierde una moneda y que, aunque tenía otras monedas, hace todo, desde revolcar la casa y barrerla, para encontrarla. Las monedas de ayer y de hoy suelen tener imágenes de los poderosos y de los que gobiernan; las de Israel tenían la imagen del César (Mc 12, 12-17) y paralelos); dado que la mujer de la que habla Jesús es descripción de Dios, sabemos que esa moneda que busca no tiene otra imagen que la suya propia, y que la moneda misma es cada hombre y mujer, creados a su imagen y semejanza (Gen 1,27): Dios, como las mujeres de las que nos ocupamos, no se queda quieto, Dios busca su tesoro perdido y no se cansa. Si Colombia quiere saber quien es Dios, si la Iglesia en Colombia quiere hablar de Dios, hay que fijarse bien en estas mujeres que buscan a los suyos.
Las mujeres buscan, “así sea un huesito”, como dice Pastora Mira, y esto porque saben que los suyos tienen dignidad y que dejarlos desaparecidos, muertos con estigma de malos, dados de baja porque “algo harían”, torturados hasta la degradación, aniquilados en “casas de pique” o en hornos, no es posible para el amor sin condiciones que por ellos sienten. Ellas buscan para que la dignidad de los suyos desaparecidos, que es en definitiva la imagen de Dios, no se pierda en ellos y para que la memoria, que se significa en una “cristiana sepultura”, sea la que obedece a su realidad y no a la mentira de los odios y la guerra.
- Osar la espiritualidad del buitre
Un día, Jesús hablaba de los acontecimientos dolorosos y trágicos que tendrían que suceder para que llegará la salvación y los que le oían, queriendo saber no sólo el momento de la salvación mesiánica sino también su lugar, le preguntaron que dónde sucederían estas cosas, y es entonces que Jesús responde misteriosamente que “donde está el cadáver allí se juntarán los buitres” (Mt 24,28). El olfato, sentido en el que se ve el don del discernimiento, es característica del buitre, y por esto se está allí donde se ha abandonado el cadáver, que, por no haber sido enterrado o descuidado, deja su olor de muerte.
En esta espiritualidad de las mujeres, más que la imagen de una paloma para representar al Espíritu Santo habría que pensar en la del buitre, que lleva a estas mujeres, con un fino discernimiento, allí donde están los cuerpos de sus seres queridos. Esos cuerpos, que en definitiva son el único cuerpo de Cristo que dice que “lo que hicieron a uno de estos pequeños, a mi me lo hicieron” (Mt 25, 40).
Las mujeres buscadoras son las mismas de la pascua, María Magdalena y las otras amigas de Jesús, que acudieron afanosas, apenas pudieron, a ungir el cuerpo torturado y a recuperarle la dignidad y, en vez de un cuerpo descompuesto, se encontraron con resurrección y la vida y se llenaron de una buena noticia, la que da razón a la Iglesia y a la misión; la Iglesia en Colombia encontrará la pascua, si discerniendo con estas mujeres, y para esto necesita nariz de buitre, se deja llevar por ellas, como Pedro y Juan en la mañana de la resurrección, allí donde están los cuerpos, allí donde está Cristo: la sorpresa será que no hay muertos, que hay vida, porque el amor de esas mujeres, reflejo del amor de Dios, no deja morir, y porque la memoria de las víctimas es la de Jesús que muere y resucita y está presente. Esas mujeres, como las del evangelio, saben que los suyos viven y que los encontrarán vivos: “vivos se los llevaron y vivos los queremos”. No es, como se podría pensar superficialmente, “necrofilia”, es fe; es, en otras palabras, el escándalo de la cruz y al mismo tiempo la nueva de la pascua.
Es verdad que suena feo, y más en Colombia, país en la que un grupo armado de los más sanguinarios se atribuyó el nombre de “águilas negras”, pero se necesita recuperar, la dignidad de esta criatura de Dios, el buitre, y osar su “espiritualidad”: esa es la posibilidad para ubicar la salvación que Dios está ofreciendo en la realidad que vivimos; para dar razón de la esperanza, la Iglesia en Colombia, liderada por las buscadoras, tendrá que decidirse a dar razón de los desaparecidos.
- Encontrar a las víctimas para entender las claves de la salvación y de la historia
El vidente del Apocalipsis, libro que relata la historia de otro conflicto y que se ha vuelto clave para entender todos los otros conflictos de la historia, se ve a sí mismo llorando y esto porque no entiende lo que pasa en medio de tanto dolor y muerte, y porque el libro que podría explicarlo está sellado y bien trancado (Cfr. Ap 5); en esas, mientras llora y pregunta, aparece un cordero con los signos de haber sido asesinado, pero ahora de pie, y él, la víctima, es el que puede abrir el tal libro, leerlo y explicarlo para todos. Las claves de la salvación y de la historia no las tiene la bestia que mata, las tiene el cordero que sufre la muerte y da vida al morir.
Esa era la fe de Fabiola Lalinde y con ella la fe de todas las buscadoras: tienen que encontrar a los suyos, como lo que son, Luis Fernando, no “alias Jacinto”, con toda su dignidad, y esto porque ellos tienen que ponerse de pie y tienen que hablar y leer y explicar lo que pasó: en el Apocalipsis de Juan era el cordero el que abría las claves para entender la buena noticia de Dios, en el caso colombiano, y siguiendo con la figura de Fabiola, es el pollito, el pichón del cirirí, y no el ávido Gavilán, el que ayudará a entender lo que pasa y comprender los caminos de salvación. Las mujeres intuyen que lo que Dios quiere decirnos de esta historia y de la salvación es lo que dirán los suyos encontrados, es por esto por lo que ellas, como la mujer del mismo Apocalipsis que no se dejó arrebatar de la bestia a su hijo recién parido, luchan para que el mal y el sin sentido de la guerra no les arrebate ni desaparezca a los suyos.
Conclusión
Tomás Halik, teólogo checo, asevera que “El mensaje de la resurrección lo entiende el hombre probablemente solo en la medida en la que antes fue capaz de experimentar las tinieblas del Viernes Santo” (2017, pág. 68) y esta afirmación es un desafío para la Iglesia que tiene por tarea anunciar la pascua del Domingo y la buena noticia; ese anuncio no se concretará, y permanecerá en el mundo de las ideas, a lo sumo como gnosticismo, si no experimenta las tinieblas del Viernes Santo y va, en compañía de las mujeres buscadoras, como en la mañana de pascua lo hicieron Pedro y Juan, a las tumbas de N.N, ríos o fosas comunes, botaderos de basura; esos lugares son sepulcro de Cristo hoy y es allí que se hace creíble, cuando la dignidad y la voz de las víctimas se ha recuperado, y se oye de ellas el kerygma de la resurrección. Dios se nos revela en esas buscadoras, hay que osar la espiritualidad del buitre y encontrar la vida en tanta muerte, las victimas encontradas, como el cordero o el pollito y el pichón, darán las claves para entender la salvación y la historia.
Jairo Alberto Franco mxy
Seminario de Misiones, Medellín
Referencias
CNMH. (8 de Agosto de 2017). Canal Youtube Centro Nacional de Memoria Histórica. Recuperado el 5 de Junio 5 de 2021, de https://www.youtube.com/watch?v=JikwHdM6gIk
Colombia 2020. (10 de Marzo de 2019). Canal de Youtube Colombia 2020. Recuperado el 5 de Junio de 2021, de https://www.youtube.com/watch?v=uwhKJS4yjGQ&t=288s
Colombia en Transición. (27 de Enero de 2021). El Espectador. Recuperado el 5 de Junio de 2021, de https://www.elespectador.com/reportajes/mujeres-buscadoras/
Comisión de la Verdad. (2019). Comisión de la verdad. (M. Ruiz, Ed.) Bogotá: La Imprenta Editores.
Comisión de la Verdad. (13 de Julio de 2020). Comisión de la Verdad. Recuperado el 3 de Junio de 2021, de https://comisiondelaverdad.co/mujeres-en-resistencia/index.html
GMH. (2013). ¡Basta Ya! Colombia: Memorias de Guerra y dignidad. Bogotá: Imprenta Nacional.
Halik, T. (2017). Abrazar el ateísmo. En T. Halik, A. Grün, & W. Nonhoff (Ed.), Deshacerse de Dios (pág. 261). Maliñao: Sal Terrae.
Indepaz. (26 de Mayo de 2021). Recuperado el 5 de Junio de 2021, de http://www.indepaz.org.co/derecho-de-peticion-de-indepaz-sobre-acciones-de-fiscalia-y-defensoria-por-los-desaparecidos-en-el-marco-del-paro-nacional/
UBPD. (5 de Noviembre de 2020). Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas. Recuperado el 1 de Junio de 2021, de https://www.youtube.com/watch?v=iC9bLKsOfBk&t=917s
[1] La Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidos (UBPD) es un organismo creado a partir de los acuerdos de la Habana y hace parte con la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad (CEV) y la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) del Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición.
[2] Así se ha llegado a llamar en Colombia a los lugares destinados para “picar” los cuerpos de los asesinados.
[3] Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz
[4] Sirirí se escribe con s, pero doña Fabiola Lalinde, al escribir su testimonio y en sus archivos lo hace con c. En atención a ella se mantiene la c se escribe aquí cirirí en vez de sirirí.