A mí me gusta que el papa Francisco, hace hoy 8 años, pocos minutos después de haber sido elegido, nos haya saludado así cuando se asomó al balcón de la basílica de San Pedro por primera vez: – “Bona sera” “Buenas tardes”. Les voy a decir por qué, se trata de una vieja anécdota de mi biografía.
Una vez, en mis tiempos de estudiante en Roma, entré a la misma basílica y quise confesarme. Apenas me arrodillé, como lo más normal y educado, saludé al sacerdote. – “Salve padre, bona será” “Hola padre, buenas tardes”. Al confesor, a quién apenas vislumbraba a través de la rejilla, no le gustó nada ese saludo. Y entonces me soltó un sermón que todavía, después de años, suena a mis oídos, – “¿Salve?, ¿bona sera?, pero ¿qué es ese saludo?”. Yo no sabía qué contestarle. No veía dónde estaba la falla al saludarlo. – “tal vez mi italiano no es bueno”, le respondí queriendo captarme su benevolencia. Pero él seguía airado conmigo y vine a saber sus razones cuando me dijo: – “No, su italiano es bueno”, reconoció, – “pero su saludo es demasiado profano…. ¡Esto es un sacramento!”. Y comprendí después que el saludo acostumbrado en esos confesionarios son expresiones como “alabado sea Jesucristo” o “ave María purísima”.
Finalmente tragué saliva y me decidí a empezar a confesarle mis faltas; antes de entrar en materia me pareció oportuno decirle algo de mí: – “Padre, soy un sacerdote…” – “¿Un sacerdote?”, se asombró y empezó otra retahíla, – “¿Y saluda de ese modo?” y hágale con la cantaleta…. y repetía ofuscado que éramos precisamente nosotros los sacerdotes, y que las monjas nos acolitaban, los que “desacralizamos” todo y hacíamos “profana” la Iglesia.
Se interrumpió de pronto y con tono de quien se ve forzado a tolerar lo malo me ordenó: – “Bueno, diga pues sus pecados” – “¿mis pecados?”, pensé yo en mis adentros, – “si me regañó así por el saludo, qué no me irá a decir por los pecados… de aquí, de este confesionario, hay que escapar lo más pronto posible”. –“Lo siento padre”, saque valor para expresarle, – “creo que no puedo confesarme con usted, que tenga buena tarde, arrivederci, hasta luego”. No sé sí “hasta luego”, “arrivederci”, le haya también sonado a “profano” porque no alcancé a escuchar más lo que siguió refunfuñando mientras yo me alejaba.
Y así, hace 8 años salía un papa que, asomado al balcón de la plaza de San Pedro, antes de dar su primera bendición urbe et orbi, nos saludó del mismo modo en que yo saludé a ese sacerdote: – “Bona sera”, fueron sus primeras palabras. Me gustó eso, Francisco empezó lavando una herida en mí y Dios sabe en cuántos otros.
Lo profano y lo sagrado. Que discusión tan vieja en la Iglesia y siempre tentados de echarnos para atrás. Esas son distinciones del Antiguo Testamento: el Sancta Sanctorum era el lugar de Dios y por tanto inaccesible, el pueblo de Dios era Israel y los otros eran paganos, el sacerdote era el hombre de lo sagrado y por tanto separado, Jerusalén era la ciudad santa y nada bueno podía venir de Galilea y menos de la diáspora, la fe la tenían asegurada los fariseos y los escribas y era inimaginable en un centurión romano o en una mujer sirofenicia.
Y ese muro se cayó, o mejor ese velo que dividía los espacios se rompió. El Verbo se hizo carne, la Sede de la Sabiduría fue una mujer simple que tenía que cocinar y limpiar, el Creador era carpintero hijo de fulano, la Palabra se expresaba en una lengua vulgar y poco conocida como el arameo. La religión salió del templo y se metía en las casas, andaba por las calles, pescaba en el lago, oraba al aire libre, cruzaba las fronteras… Y nos dio mucha lidia entenderlo. Pasaron siglos de discusión.
Le debemos a los antioquenos, a Juan Crisóstomo y a otros muchos, y hasta al pobre patriarca Nestorio que de tanto alegar sobre lo mismo se fue a los extremos y sin quererlo pasó a la lista de los herejes, le debemos a todos ellos que nos ayudaron a entender que el Hijo de Dios era perfectamente hombre y no sólo perfectamente Dios. Los que en ese tiempo alegaban lo contrario se escandalizaban de Dios nacido de mujer, con las secreciones y olores de un ser humano, necesitado y hambriento, haciendo preguntas de cosas que no sabía, limitado por las circunstancias, muriendo en la cruz fuera de la ciudad que supuestamente encerraba lo sagrado.
Y Dios encarnado nunca se escandalizó de lo profano y lo profano dejó de serlo, lo profano se volvió sagrado, todo se mostró bendito. El clímax del sacerdocio de Cristo, su misa, se dio en un lugar tenido por maldito, fuera de los muros de la ciudad que monopolizaba lo sagrado: el calvario de los condenados a muerte. Y esa misa primera en la que Jesús entregaba su carne y derramaba su sangre, en esa primera misa, la única en la que todavía seguimos participando, en esa misa concelebraban dos criminales también crucificados, dos malditos a los que les cayó la bendición. Todo lo profano se lo tragó la cruz y todo quedó hecho gracia. En la nueva economía, la cruz, que era lo más desgraciado que se pudiera pensar, recibió adoración. Se cumplió con todo esto una vieja profecía que anunciaba que las ollas de las cocinas de Jerusalén iban a ser tan santas como los vasos del templo y que en ellas se iba a dar culto a Dios.
Volviendo al principio, para seguir la historia, esa tarde no dejé la Basílica inmediatamente, busqué otro confesor y ese sí que me recibió con inmensa bondad y pude recibir el sacramento. Tal vez otra persona, que no tuviera todavía la buena noticia de que lo profano se volvió sagrado, no hubiese vuelto nunca más y la hubiera cogido la neurosis de sentirse fuera y autoexcluirse en lo “profano” inexistente, sin sospechar que desde siempre y para siempre está dentro muy hondo muy metido en lo sagrado. En lo sagrado, porque lo que hace sagrado es el amor y el amor de Dios que también “descendió a los infiernos” no tiene límites…
“Entonces, Francisco, «Salve, bona sera», “«hola, buenas tardes»”. Gracias por seguir saludándonos así y que Dios te dejé muchos años más. ¡No nos olvidamos de rezar por ti!
Jairo Alberto, mxy
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